loading . . . “Las Guerras Napoleónicas” – Alexander Mikaberidze ## “Las Guerras Napoleónicas” – Alexander Mikaberidze
Por Carlos Jenal | Deja tu comentario »
Aquí le hemos dado obsesivamente al nazismo. Y claro, surge la pregunta: ¿qué hacía la gente antes del nazismo? Pues en el siglo XIX el equivalente era el estudio obsesivo de Napoleón Bonaparte y de su ascenso y caída.
Hitler estudiando a Napoleón. La parte de Rusia la cateó.
Estudio obsesivo que hoy ha caído un poco en desgracia, pero hay excepciones: en el prólogo, Alexander Mikaberidze nos cuenta como en su Georgia caucasiana natal cayó en sus manos una biografía del interfecto, y que allí nació una fascinación de por vida que le ha llevado a ser profesor de Estudio Napoleónicos en una universidad de Luisiana. Extraña que un niño criado en la URSS no tuviera acceso a obsesiva literatura sobre Hitler, igual por eso se derrumbó el sistema. El caso es que Mikaberidze, nos asegura, ha “evolucionado” desde entonces, cual niño que se enamoró de la Saga Fundación de Asimov pero luego con la edad dejó de creer en que pudiera venir un Mulo cualquiera a torcer el Plan Seldon y toda la psicohistoria, y ahora en penitencia se ve la serie de Fundación y le parece muy bien el mojón que han hecho, como forma de purgar por sus pecados infantiles, Mikaberidze, decimos, ya no cree que Napoleón lo hiciera todo e insiste en presentar una imagen global (el libro precisamente se subtitula así, “una historia global”) de todo el periodo, explicando que _L’Empire_ y las coaliciones no cayeron del cielo sino que seguían lógicas que venían de antes y que siguieron mucho después, y que las guerras no se limitaron a Europa sino que pusieron patas arriba el mundo entero, como una especie de Guerra de los Siete Años _reloaded_.
“Soldados, desde esa altura nos contemplan veinte iteraciones del Plan Seldon.”
Y al igual que en esa guerra previa, el conflicto subyacente es Reino Unido contra Francia. Ambas potencias están construyendo imperios, UK en ultramar y Francia en el continente, para sus nacientes industrias y para blindar su comercio. Y UK va por delante, y Francia corre detrás. Mikaberidze da números: entre 1750 y 1800 las manufacturas francesas pasaron de representar el 17.2% de Europa al 14.9%, mientras las británicas en el mismo periodo ascendieron del 8.2% al 15.3%. Y entre 1780 y 1820, la marina mercante británica pasó de representar el 25% al 40% mundial. La victoria británica le otorga a la isla un siglo hegemónico e imperial, mientras Francia ya solo será una potencia de segunda, subsidiada por UK para servir de freno a otra potencia con ganas de montar imperios continentales. Pero nos adelantamos.
En total, Francia libró siete guerras (o hasta diez, según quien cuente) entre 1789 y 1815, siempre contra una variada coalición de enemigos (que por eso se llaman “guerra de la X coalición”). Y el único enemigo siempre presente es Gran Bretaña, los demás van entrando/saliendo del abrazo francés, de una forma tan casual que hoy sería impensable: la guerra tal como la Francia revolucionaria la hizo solo era posible con una movilización total de recursos, que a su vez solo podía lograrse con niveles de propaganda sin precedentes, que a su vez hacían imposible un baile de alianzas propio del juego geopolítico del siglo XVIII. El caso es que todo este periodo no deja de ser una lucha entre ambos por la supremacía mundial, y se habría producido de una u otra forma incluso si Napoleón Bonaparte se hubiese llevado un cañonazo a la cabeza en Toulón. Y es sobre ese telón de fondo que Mikaberidze nos las quiere presentar, en casi 1000 páginas (muchas de las cuales son notas, pero aportan detalles interesantes).
**La guerra de la Primera Coalición: calentando motores**
La primera de las 7 (o 10) guerras se declaró en 1792, y aunque decimos “Francia”, esta guerra la declaró la monarquía, “constitucional, aunque sin pasarse”, de Luis XVI, y la terminó la Primera República Francesa. No es estrictamente una “guerra napoleónica”, aunque Napoleón ya está por ahí, primero levantando el sitio de Toulón y luego dando _yoyah_ en Italia, y claro, Mikaberidze tiene que contarla, así como detenerse a fondo con la Revolución Francesa, y con ciertos tópicos sobre la misma. A saber: que se produjo por causas internas dentro de Francia, y que transformó toda Europa de golpe. En realidad, dice Mikaberidze, las causas fueron en gran medida externas: la ruina de apoyar a los norteamericanos, si es que no escarmentamos, la sensación de desmayo e incapacidad cuando Prusia y UK le montan una intervención humanitaria a un país que Francia consideraba de su “esfera de interés”, un desventajoso tratado comercial con Gran Bretaña en 1786, y la poco conocida decisión el Banco Nacional español en 1780 de limitar las exportaciones de plata a Francia. Y una vez en marcha esta guerra, la verdad es que Europa sigue a lo suyo. La Guerra de la Primera Coalición empieza con los franceses muy gallitos, pero en seguida se llevan un capón y los ejércitos enemigos entran en Francia y quedan a tiro de piedra de París.
La mística revolucionaria afirma que en este momento de gran necesidad es cuando salta el patriotismo de la _Grande Nation_ , donde tras cortarle la cabeza al rey se arremangan y les dan la patada a los invasores. La realidad, más prosaica, es que Prusia, Austria y Rusia están en esta década vigilándose mutuamente con desconfianza mientras se reparten Polonia (reparto solo posible porque la tradicional aliada de Polonia, Francia, había caído en los desórdenes revolucionarios). Austria además tiene rebeliones en Bélgica y lio con los turcos en los Balcanes. Todo esto es más importante para ellos que Francia, lo que mina su unidad y efectividad, y permite a los franceses “defender la Revolución con éxito”. Pero según avanza la guerra, los franceses empiezan a pensar “oye, lo suyo es extender Francia hasta sus fronteras naturales, el Rin y los Alpes”, y cuando llegan allí, “pues oye, ya que estamos podríamos liberar a un montón de pueblos oprimidos y montar repúblicas hermanas”.
El que hará realidad esta visión es precisamente Napoleón: el Directorio le encarga la dirección militar de los ejércitos en Italia, y Napoleón se toma la libertad de tomar decisiones políticas, firmar tratados internacionales, aceptar rendiciones y alianzas, todo ello sin consultar con Paris, donde no saben qué hacer ante esta evidente insubordinación (bueno, en realidad sí creen saberlo: usarla para sus propias maquinaciones – ¡y protestar de que Napoleón no va lo bastante lejos!). Así nacerán una serie de “repúblicas hermanas”, que en el fondo no son más que estados clientelares de Francia y que Napoleón hará y deshará a su conveniencia. Casi como con España, que sin embargo aprovecha esta guerra para anexionarse algo (la villa de Olivenza), que -milagro conociendo a nuestros gobernantes- nunca tendrá que devolver. Se ve que Portugal es aún más pupas que nosotros.
Mientras esto ocurre en el continente, donde financia a los enemigos de Francia, Gran Bretaña intenta ponerse las botas en las Indias occidentales y orientales, donde, pese al sambenito de ser “escenarios secundarios”, morirán más británicos que durante la Guerra Peninsular (un contemporáneo estimaba unas 100.000 bajas en total, la mitad de ellos muertos). Sin embargo, en este primer intento los británicos no van a lograr mucho. Su asalto a Puerto Rico fracasa, igual que su intento de entrometerse en Santo Domingo. Como premio de consolación, se embolsan Ceylán y casi todas las posesiones neerlandesas en el Océano Índico. Y venga, cerramos esta guerra.
**La Guerra de la Segunda Coalición**
Tras la paz, Napoleón es el hombre más popular en Francia, así que el Directorio piensa que lo mejor es mandarle lo más lejos posible. Concretamente a Egipto, con unos planes fantásticos para establecer un protectorado y desde allí, con alianzas locales o sin ellas, llegar de alguna forma a la India y joderles la fiesta a los ingleses. Una expedición laudada como “la llegada de la modernidad a Egipto”. Mikaberidze nos pide tomar esto con pinzas: socialmente cambió poco, pero se creó un vacío de poder que llenó Mehmet Ali Pasha, un mameluco greco-albanés, durante casi cuarenta años.
Mientras Napoleón está en Egipto, las cosas en Europa se complican. Las demás potencias están cabreadas con Francia, y forman una nueva coalición con casi todo el mundo: están Austria, Gran Bretaña, Nápoles, el Imperio Otomano, Rusia, y algunos secundarios. Francia solo tiene a España, cuyo gobierno de entonces y su capacidad para elegir siempre el peor bando nos hace admirar aún más, si cabe, a Perro Sanxe. En el otoño de 1798, los coalicionados inician sus ofensivas, y para 1799 han deshecho las victorias francesas de la guerra anterior: Países Bajos invadidos, islas mediterráneas recuperadas, y, sobre todo: las “repúblicas hermanas” del norte de Italia ocupadas y deshechas. Una _levée en masse_ logra evitar lo peor, aunque peleas internas de los aliados también ayudan. Los rusos, por ejemplo, que han liberado el norte de Italia, se enfrentan a los austriacos que se lo quieren embolsar sin más. Agraviados, los rusos se retiran y junto con un montón de neutrales resentidos porque los británicos les paran los barcos montan la Segunda Liga de Neutralidad Armada. Los británicos, sutiles como siempre, bombardearon Copenhague y empezaron a sentar las bases para quedarse la India danesa.
Normal que los daneses convirtieran la depresión en el deporte nacional.
Aún no había _think-tanks_ , pero sí _hintelectuales_ que decían que un extenso poder territorial en la India daría a UK la ventaja definitiva sobre sus rivales. La intervención en Egipto en 1798 vino motivada principalmente por eso, y también motivó una intensa actividad diplomática en el Golfo Pérsico (donde los persas veían “a los rusos como incultos, los polacos belicosos, los franceses como marrulleros, los españoles nobles, los italianos sagaces, los ingleses con intereses políticos, y los holandeses como mercantiles”), que a su vez disparó las alarmas en Rusia. Mikaberidze ve aquí el origen, o al menos un prolegómeno, al Gran Juego del XIX.
Es decir, los supuestos coalicionados tenían varios conflictos entre ellos. Aun así, el ambiente en Francia está muy deprimido cuando Napoleón llega tras despedirse a la francesa de sus tropas en Egipto. ¿La solución? Pues la de siempre en países latinos: ¡un golpe de estado! Napoleón y otros conspiradores (que muy pronto se van a ver relegados a meros comparsas) proclaman el Consulado, y Napoleón como Primer Cónsul se va a Italia y derrota a los austriacos. Pero Austria recibe un buen subsidio de UK y decide seguir la guerra, pues de lo contrario, creen en Viena, perderán credibilidad como gran potencia. Criaturas. Napoleón y sus hombres les dan una paliza más y acampan a cuarenta millas de Viena. Austria saca la bandera blanca (no por última vez) y negocia una paz. Abandonada por sus aliados, Gran Bretaña también se aviene a negociar.
**Interludio: Lunéville y Amiens**
La guerra se acaba con dos tratados de paz, el de Lunéville (1801 con Austria) y el de Amiens (1802 con Gran Bretaña). La paz acordada en Amiens solo durará 420 días, pero Mikaberidze se detiene bastante en ella. Entre otras cosas, sirve para separar nítidamente las “Guerras Revolucionarias” de las “Guerras Napoleónicas” propiamente dichas. Para Mikaberidze, esta paz (casi el único periodo de paz generalizada entre 1792 y 1814), por corta que sea, es la clave para entender todo el periodo, y las “responsabilidades” de todo lo que vino después. Porque una vez derrotado, Napoleón se convirtió en “el ogro”, el hombre del saco de todo el siglo XIX, culpable de guerras y destrucciones sin fin, y Mikaberidze por una vez saca al niño admirador del Mulo corso que lleva dentro para decir que, mira, un santo no era, pero tampoco hizo nada que no hicieran los otros monarcas de Europa. Y la ruptura de Amiens, que vino seguida de 12 años de guerra casi ininterrumpida, no fue culpa suya.
Es cierto que el tratado de Amiens era muy beneficioso para Francia. Cabe entonces preguntarse porqué lo firmó UK. La explicación tradicional (es decir, la británica) es que el gobierno de Henry Addington estaba formado por inútiles, pero que encima de ser tan beneficioso, a Napoleón no le bastó, y sus ansias de poder y de lograr aún más obligaron a Gran Bretaña a volver a luchar, con lo que ella quería la paz, ts ts, pobres democracias, siempre obligadas a ir a la guerra contra los malvados autócratas. Y esto es, por decirlo suavemente, una sarta de mentiras. Para empezar, Addington no era precisamente un demócrata (fue el responsable de Peterloo). Si el gobierno buscó la paz en 1802, era porque el alto precio del grano (que mayormente había que importar de Europa) y los impuestos estaban provocando revueltas, dando alas a los opositores a la guerra. Es cierto que Napoleón aprovechó la paz para reordenar Italia una vez más a su gusto – pero el tratado no hablaba de Italia, ni era Italia parte de la “esfera de influencia” británica. Y una vez firmado el tratado, Gran Bretaña en seguida se inventó excusas para no cumplirlo, especialmente lo referido a la entrega de territorios, con Malta convirtiéndose en el fulcro de la actividad diplomática. Pero, aunque Francia obviamente protestó, señala Mikaberidze, lo hizo siempre dejando abiertas las puertas a un arreglo diplomático, pidiendo la mediación de Rusia, e incluso ofreciendo revisiones del tratado bajo cuerda. Napoleón, concluye Mikaberidze tras estudiarse a fondo la correspondencia diplomática, estaba desesperado por mantener la paz. Y cuando esta se rompió, fue porque Gran Bretaña declaró la guerra, y en seguida comenzó a tacar posesiones coloniales francesas, mientras que Francia no estaba preparada para hacer nada más allá de concentrar soldados junto al Canal.
¿Y qué hizo Napoleón durante la paz? Pues reinventar Francia. El periodo 1800-1804 es un periodo de reformas muy profundas que constituyen el grueso del legado napoleónico: reformas financieras que sanearon la economía, reformas educativas estableciendo una educación laica con los famosos _lycées_ , el Código Napoleónico, un Concordato que le reconciliaba con la Iglesia a cambio de legitimación, y un centralismo racionalista a ultranza que también persiste hasta hoy. Con estas reformas, realmente, la Revolución Francesa se terminó, por cuanto se alcanzaron los objetivos de los reformadores moderados de 1789. Y con Napoleón como emperador, en el fondo se había vuelto a la Europa pre-1789: una Francia “monárquica”, curada de ansias revolucionarias, e incluso con ganas de paz para asentar todas las reformas (bueno, y para construir una flota, también hay que decirlo). Incluso, tras la pérdida de Haití sacrificando 50.000 vidas francesas, y la venta de Luisiana a EEUU (inevitable, pues ya no se podía defender), una Francia desvinculada del Hemisferio Occidental. Todo que ni pintado para volver a una plácida paz.
Es decir, Mikaberidze vuelve otra vez a su tema de fondo: que aquí se estaba jugando la supremacía mundial entre dos gallitos, y la cosa no iba a parar hasta que uno de los dos destrozase al otro. Y como con las reformas y con su supremacía continental ahora el tiempo jugaba a favor de Francia, fue Gran Bretaña la que rompió la baraja, pese a todos los intentos de Napoleón por apaciguarla. Un detalle muy “moderno” son las protestas francesas al tratamiento de Napoleón por parte de la prensa británica (cuando UK incumplió Amiens y Francia presentó una protesta formal, este punto era el que encabezaba la lista de agravios), intuyendo -correctamente, cabe decir- que se estaba preparando a la opinión pública británica para volver a la guerra con un montón de _fake news_. Whitehall se excusó en que no podían censurar a la prensa libre, faltaría (después de llevar años censurando cualquier publicación pro-francesa o jacobina), pero la excusa cojeaba en tanto que los propios miembros del gobierno o personas cercanas a ellos tenían grandes participaciones en el accionariado de dicha prensa.
“Créanme, Napoleón tiene armas de destrucción masiva y además bajo el manto imperial en realidad es un peligroso jacobino, un demócrata si me apuran.”
La guerra, por tanto, estaba cantada. Y una vez que Gran Bretaña la desencadenó, no paró hasta que Francia estuvo reducida. Aunque sin mandar soldados al continente, claro. Eso se lo dejaron a Austria, Prusia, Rusia o España, gente que todavía creía que todo esto iba de Dios y Leyes Viejas. Ellos, a conquistar el mundo, y la tropa para esto la reclutaron en las zonas más católicas de Irlanda y Escocia, que no hay mal que por bien no venga.
**La Guerra de la Tercera Coalición: “el elefante contra la ballena”**
La guerra llegó con una Europa muy diferente: el Sacro Imperio había sido reformado tan profundamente que no lo reconoció ni la madre que lo parió, y ya no era el campo de juego de Austria (cuyo rey se agenció un título de “emperador de Austria”, antes incluso de renegar del título “emperador del Reich”, siendo durante un par de años el único emperador doble de la historia). En lugar de los centenares de mini-estados que lo configuraban, ahora solo quedaban un par de docenas de estados medianos, que se beneficiaban de tener padrinos importantes (los Romanov tenían mucha parentela en el suroeste, y Napoleón servicialmente los agrandó). Para Napoleón esto era parte del juego de enfrentar a Austria, Prusia y Rusia entre ellos.
El papel de Rusia, dice Mikaberidze, fue crucial en el nuevo estallido. Tanto Francia como UK habían intentado atraérsela por todos los medios. Tras el sospechoso asesinato del anglófobo zar Pablo I, subió al trono el algo más anglófilo Alejandro I, que sin embargo optó por la neutralidad, con una oreja puesta en las propuestas de Napoleón para ser ambos “los árbitros de Europa”, pero también deseoso de mantenerse alejado para poder reformar Rusia.
Y en España, Napoleón presionó a Madrid para que eligiera: entrar en la guerra, subsidiar a Francia, o _oche_ , tengo 80.000 soldados en Bayona. Esto último era un farol, y cuando Madrid dejó pasar el ultimátum, evidentemente, no pasó nada. Napoleón entonces se inventó otra cosa: había una flotilla francesa en el puerto de Ferrol, donde había sido arrinconada por los británicos, y Napoleón pidió inocentemente poder mandar soldados por tierra. Madrid pilló la amenaza, pero pensó que podría jugar la carta de la “neutralidad” ante Londres. Al final, acabó con lo peor de ambas opciones: pagando a Paris y con Londres destrozando la economía nacional mediante ataques en el Atlántico. En diciembre de 1804, España declaró la guerra a Gran Bretaña. Previamente, Gran Bretaña ya había infiltrado agentes realistas en Francia, los cuales intentaron cargarse a Napoleón mediante una “máquina infernal”.
Como decía el bonmot decimonónico: Gran Bretaña es una ruin isla de piratas habitada por personas que en su vida privada son unos absolutos caballeros, y Francia es una caballerosa nación habitada por personas que en su vida privada son unos ruines piratas.
La reacción de Napoleón fue coronarse emperador, y -ya en 1804- ordenar la ejecución del Duque de Enghien. Ejecución que conmocionó a toda Europa (a la vez que puso fin a las conspiraciones monárquicas – resulta que, si no es un juego en el que no te pasa nada, esta gente no quiere jugar), y que fue, quizás no causa, pero sí excusa, para montar la Tercera Coalición. Sobre todo en Rusia, donde Alejandro I ordenó luto oficial, además de despreciar el título imperial de Napoleón. Napoleón le contestó “ _pero de qué vas, payaso de las estepas, si tu solo eres gobernante de Rusia porque accediste a uncomplot con dinero inglés para asesinar a tu propio padre, ¿qué me estás contando? De putas habló La Tacones_”. Lo dijo en idioma diplomático, claro, pero vamos, básicamente se entendió. Impagable también cuando el embajador ruso objetó a la reordenación de Italia, Napoleón sacó el _¿y qué pasa con Polonia?_ , y el ruso le replicó _eso es el pasado y ya no tiene sentido removerlo_. Y nada, que ya la teníamos liada. Rusia se unió a Gran Bretaña y Austria (donde esperaban deshacer las pérdidas de Italia), y puso en marcha sus ejércitos.
Estamos en 1805, y esta guerra y este año (junto con la guerra casi inmediatamente posterior al año siguiente) es lo que todo el mundo asocia con “guerras napoleónicas”: Bonaparte sorprendiendo a todo el mundo con su velocidad, patetismo austriaco, apabullantes bajas rusas, Austerlitz, hegemonía francesa. A principios de 1805, los ejércitos franceses están todos concentrados en Normandía, amenazando con una invasión a Gran Bretaña, de modo que el resto de aliados (Suecia, Austria, Nápoles y Rusia) creen que va a ser coser y cantar. Como han movilizado algo así como 580.000 hombres, ni siquiera se esfuerzan mucho en apalabrar una estrategia: asumen que Napoleón correrá a salvar Italia, de modo que ponen allí al mejor general austriaco, y por lo demás creen que bastará con converger todos sobre Francia para desbordarla.
Napoleón les sorprende a todos: en Italia se limita a contener, y usando su innovadora división del ejército en cuerpos independientes mueve al grueso del mismo hacia Alemania, en cinco columnas independientes que convergen sobre Ulm y fuerzan la capitulación de un ejército austriaco entero sin casi disparar un solo tiro. Los soldados franceses bromean con que _l’Empereur_ les ha enseñado a luchar con las piernas en vez de con los brazos. Napoleón no para, sino que avanza hacia Viena “ _para ahorrar a los rusos la mitad del camino_ ”, poniendo un montón de presión sobre la monarquía austriaca, que les insiste a los rusos en presentar batalla lo antes posible. El zar Alejandro I, que se ha apuntado a la campaña como comandante en jefe y quiere lucir galones, se deja engañar por los despistes de Napoleón y accede. En Moravia, el 2 de diciembre, cerca de un pueblecito llamado Austerlitz, en una fría mañana llena de niebla, austriacos y rusos marchan directos a la trampa napoleónica. Hasta que el “sol de Austerlitz” no disipa la niebla, no se dan cuenta del engaño. Sus ejércitos acaban tan destrozados como la tercera coalición. Para Rusia, es la primera derrota en casi un siglo, y encima con el zar en persona presente.
**La Guerra de la Cuarta Coalición: patetismo prusiano**
Quizás se pregunten (bueno, no, la gente normal no se pregunta indignada “ _¿dónde están los coraceros prusianos?_ ”, eso solo es para frikis en estado terminal) donde está nuestra entidad política centroeuropea favorita, el reino de hierro, Prusia. A ello vamos. Para Prusia, de hecho, la guerra de la Cuarta Coalición es “LA” guerra napoleónica, así que vamos a retransmitirla desde el punto de vista prusiano, para resaltar aún más el inmenso patetismo de Berlín ante Napoleón, mayor incluso que el español.
Cuando estalla la guerra de la Tercera, Prusia se declara ostensiblemente neutral, “ni coalicionados ni franceses, nosotros no queremos tener nada que ver”. Pacifismo o patetismo, según se mire. Napoleón de hecho lo primero que hace nada más pisar Alemania es tomar un atajo por Hohenzollern-Sigmaringen, una dependencia prusiana en el sur de Alemania, para llegar hasta Ulm, violando así la neutralidad prusiana. Bismark o el viejo Fritz se habrían puesto _ipso facto_ la _Pickelhaube_ y no hubiesen parado hasta llegar a Paris, pero en Berlín sienta ahora sus reales el patético Federico Guillermo III, que se limita a mandar una nota de protesta y a un embajador al campamento francés, donde empieza a ponerse chulito amenazando con aportar 180.000 soldados a la Tercera Coalición. Napoleón le da cuerda durante unos meses, hasta que un día entra en su tienda y le dice “ _oche_ , que acabo de ganar la batalla de Austerlitz y tus supuestos potenciales aliados están desbandados. ¿Qué te parece si firmamos un reparto de Europa Central?” El reparto napoleónico incluye expropiarle a Prusia algunos territorios para dárselos a los aliados napoleónicos en el Sur de Alemania. “ _Hoyga_ , que no puede usted quitarnos territorios”, “tiene usted toda la razón, tenga, le doy Hannover en compensación”. Hannover más que compensa las pérdidas, y Prusia firma. Pequeño detallito: Hannover no era francesa sino de la corona británica y Napoleón, aunque la había ocupado, no podía entregarla legalmente. Los imbéciles en Berlín realmente creían que en Londres “entenderían” que mejor en manos prusianas que francesas. Londres no lo vio así y en seguida bloqueó con sus barcos el comercio marítimo prusiano, hundiendo su economía.
Por si no fuese suficiente, Napoleón en seguida empezó a abusar de su posición de poder, estableciendo la Confederación del Rin como una especie de “tercera Alemania” (sometida a Francia) al margen de Austria y Prusia. Y viendo el inmenso patetismo prusiano, en sus conversaciones de paz con Gran Bretaña le ofreció a Londres… una devolución de Hannover. “Hasta aquí hemos llegado”, dijo entonces FGIII, declaró la guerra en verano de 1806 y se unió a los restos no-austriacos de la Tercera Coalición para formar la Cuarta, con todo el reino creyendo que iban a reeditar sin esfuerzo los éxitos de Federico el Grande.
Oficiales prusianos afilando sus sables en las escaleras de la embajada francesa de Berlín. Tres meses más tarde desfilarían como prisioneros de guerra en el desfile de la victoria napoleónica.
Lo primero que descubrieron los prusianos es que en la nueva coalición (Rusia, Suecia, Sajonia y Gran Bretaña) ellos eran los que estaban en primera línea del frente. Bueno, quitando a Sajonia, que además no tardó mucho en cambiar de bando. La _Grande Armee_ entró en Prusia, derrotó a los prusianos en la doble batalla de Jena/Auersted, y en seguida empezó a tomar sin mucho esfuerzo las fortalezas militares. FGIII huyó al último confín de su reino, Königsberg, esperando la llegada de su aliado ruso, mientras Napoleón desfilaba por Berlín. Prusia le había durado un mes. Sajonia en seguida firmó una paz ventajosa que le daba partes de Prusia. Avanzando más hacia el este, Napoleón entró en Varsovia y estableció un nuevo estado polaco independiente, el Ducado de Varsovia, que además le dejó en unión personal al rey de Sajonia. Esto tenía que cabrear a los rusos, que llegaron a la carrera, presentaron batalla en Eylau y Friedland, y fueron barridos por los franceses.
Cabreado con la absoluta inoperancia de su supuesto aliado británico, Alejandro de Rusia se avino a firmar una paz y a unirse al sistema continental de Napoleón. Básicamente, fue un reparto de la Europa continental entre ambos. La paz se negoció en Tilsit, en una barcaza en mitad del rio que separaba ambos ejércitos, con FGIII de Prusia esperando patéticamente en la orilla rusa a ver qué había de lo suyo. Le quitaron la mitad de su territorio, incluyendo todos los territorios al oeste del Elba, su ejército se redujo a 42.000 hombres, le metieron una ocupación francesa (que además tenía que pagar, su deuda se cuadruplicó hasta 1815), Danzig fue declarada ciudad libre e independiente, e inaugurando una bella tradición en las relaciones francoalemanas, le cascaron una indemnización de 150 millones de francos. Y si no hubiese sido por Alejandro I, que quería un tapón entre sus dominios y los franceses, quizás Prusia hubiese dejado de existir del todo.
Napoleón también compensó a sus aliados alemanes mediante Malvadas Expropiaciones, aunque luego muchas de las fronteras trazadas han perdurado en los actuales _Länder_ , así que tan malvadas no serían. Baviera por ejemplo adquirió ahí su actual frontera norte, y los estados eclesiásticos fueron todos secularizados en este periodo, Baviera, Sajonia y Württemberg fueron elevadas a reinos, y Baden a Gran Ducado (y en 1815, como tantos otros, cantaron “Santa Rita, lo que se da no se quita”). Y ya de paso Napoleón estableció algunos estados para familiares suyos: el ducado de Berg para su cuñado Murat, su hermano Luis rey de Países Bajos, Westfalia para Jerome…
**Bloqueos y Sistemas**
Tilsit dejó una Europa donde Francia ya solo era el núcleo de un _Grand Empire_ que se extendía desde Italia al Báltico y desde los Pirineos hasta Polonia. Desde Carlomagno no se veía algo así. Pero Gran Bretaña seguía desafiante. Para ella, Napoleón se inventó dos cosas, que mucha gente confunde en una sola, el “sistema continental” y el “bloqueo continental”. Los primeros edictos los firmó según entraba en Berlín. El “bloqueo” era negarles la entrada en Europa a los barcos británicos, y el “sistema” era el intento de montar una economía de escala continental, con Francia de núcleo (o en palabras del corso: “ _La France avant tout_ ”).
Como el bloqueo forma parte de la propaganda británica sobre el “ogro corso”, no está de más recordar que Gran Bretaña ya decretó embargos a Francia en 1793, confiscó barcos franceses en 1803, reguló el comercio de los neutrales con Francia (bombardeando dos veces Copenhague en el proceso), y atacó la navegación francesa mucho antes de que Napoleón ideara el bloqueo.
Ambos estaban íntimamente relacionados, y fueron la causa de que Napoleón se metiera en el fregado ibérico, se anexionara o tomara control de los Estados Pontificios, Países Bajos, Iliria y las ciudades hanseáticas, y finalmente se fuera a Rusia en 1812, así que no conviene subestimarlos. En cuanto a su desarrollo y funcionamiento, sin embargo, estuvieron lejos de ser la implacable herramienta que quiso Napoleón. En parte por su propia culpa: obsesionado con el mercantilismo, permitió (o hizo la vista gorda) cierto comercio cuando eran los ingleses los que compraban y pagaban con oro o plata. Cuando se hundió la cosecha británica de 1810, dos tercios de sus importaciones de grano vinieron de Francia.
Pero las exportaciones y manufacturas francesas, aunque crecieron bastante, nunca lograron rellenar el hueco que dejaron las británicas. El Bloqueo facilitó el ascenso de nuevas ciudades industriales orientadas a la economía nacional, pero hundió la economía de las ciudades mercantiles costeras. El comercio en general se resintió bastante, ya que el mar era la principal vía para mover mercancías. La industria textil pegó un gran salto adelante en el norte de Francia, pero le surgió una fuerte competencia en Bélgica y el sur de Alemania. Y su gran problema era el acceso al algodón, que venía de las colonias. Napoleón incentivó a la ciencia francesa para encontrar sustitutos (en esta época los franceses desarrollan la margarina, se pasan a los colorantes artificiales, sustituyen algodón con lana y el azúcar de caña con el de remolacha, inventan nuevos procesos industriales…), pero en general los industriales franceses parecen haber pensado “para qué esforzarse y aumentar la productividad, _L’Empereur_ seguirá ganando batallas y asegurándonos mercados”.
El combo Bloqueo+Sistema duró seis años, y además se implementó malamente. Mikaberidze lo ve como principal causa del fracaso napoleónica por el resentimiento que causó en el resto de Europa, pero juzga que no estaba condenado de antemano: bien implementado durante 15 o 20 años, podría haber funcionado. De hecho, el proteccionismo fue la nota dominante en la política económica francesa de ahí en adelante… aunque el historiador Jeff Horn argumenta que los aranceles venían del miedo de las clases altas a una revolución. Ese sí fue un legado de la Revolución Francesa, y sucesivos regímenes siempre estuvieron más que dispuestos a proteger con aranceles a su población obrera. Como Gran Bretaña nunca tuvo revolución (y tenía colonias a las que mandar a sus descontentos), allí funcionaron otros mecanismos. Pero eso ya fue posterior.
Gran Bretaña, pese a sus proclamas, las pasó canutas en este periodo. El intento de redirigir las exportaciones a América Latina no salió como esperaban (si bien sentó las bases para una gran expansión a lo largo del siglo), en 1809-1810 una serie de malas cosechas dispararon el precio del trigo, y para 1812 ya estaban en una profunda depresión. Estados Unidos se apuntó al proteccionismo (aunque a ellos sí les salió bien) y cerró su mercado a franceses y británicos, y de propina le declaró la guerra a Gran Bretaña (justo cuando Napoleón entraba en Rusia) cuando esta empezó a requisar barcos estadounidenses.
Los estadounidenses pensaban que esto era la excusa perfecta para embolsarse Canadá (vieja obsesión, parece), y acabaron llevándose una soberana paliza, incluyendo una expedición canadiense que subió por el Potomac y quemó Washington hasta los cimientos, incluyendo el Capitolio y la Casa Blanca.
Y por supuesto, el combo vino acompañado de una corrupción sangrante, con los oficiales de aduanas poniéndose las botas. André Massana se embolsó tres millones de francos antes de caer en desgracia (que para entonces consistía en que te mandaran a España). Mikaberidze cuenta también algunos de los trucos: a veces los ingleses pactaban con corsarios franceses que estos “apresarían” un barco inglés en alta mar, lo remolcarían al puerto, y venderían los bienes como botín. Y un subordinado napoleónico montó un entramado societario en países neutrales para traer plata española de México a Europa, en ocasiones incluso en barcos británicos.
A todo esto: Trafalgar destruyó la capacidad francesa de presentar batalla abierta contra la Royal Navy – pero no terminó la guerra en el mar. Incluso hubo alguna victoria francesa. Napoleón siguió invirtiendo muchos recursos en construir barcos, y pequeñas escuadras francesas hostigaron el comercio inglés en el Caribe o el Índico. Las expediciones británicas a Lisboa o Copenhague tenían como principal motivación evitar que las flotas de dichos países se aliaran con los franceses. En general, la estrategia británica fue más o menos consistente pese a los numerosos cambios de gobierno (el “Gobierno de Todos los Talentos” de 1806 duró quince meses, tras pifiarla en Argentina). También era cara: en 1810, unos 145000 hombres, un 2.7% de la población masculina, estaba enrolada en barcos o trabajaba asistiéndolos. La Navy llegó a tener 728 barcos, y durante varios años señoreó alrededor de España.
**La úlcera ibérica**
Con esto llegamos a la Península Ibérica, cuyo marasmo se alargó siete años y además no cuenta como una “guerra de coalición”, aunque aquí la llamemos Guerra de Independencia. Como seguro que ustedes leyeron el excelente artículo de Guillermo no hace falta entrar en todos los detalles y damos el resumen ejecutivo: España ya no es lo que era pero sus gobernantes no se enteran. Los gobernantes de hecho son Borbones en toda su gloria (y un primer ministro, Godoy, al que bien cabe calificar de “Borbón honorable”), más preocupados por clavársela entre ellos que por hacer algo útil. Napoleón al principio solo se interesa por Portugal, donde el regente Joao lleva varios años de funambulismo político intentando no perder la alianza histórica con los británicos sin por ello cabrear a los hispanofranceses. Finalmente, Napoleón se harta, y manda un ejército en 1807 tras pactarlo con los españoles, con la idea de cerrar Portugal al comercio británico (y quedarse con su flota para reconstruir la suya tras Trafalgar; en sus órdenes Napoleón insiste una y otra vez “por lo que más queráis, asegurad los barcos portugueses”). Pero los portugueses montan al gobierno, al tesoro y a la familia real en los barcos y se van a Brasil, y de hecho así termina el Antiguo Régimen en Portugal. La corte se establece en Salvador de Bahía y abre Brasil al comercio británico, sentando las bases para la futura independencia brasileña.
Napoleón se queda con el premio de consolación: el Bloqueo completado (si bien UK se monta unas bases en las Azores), y un país para ocupar, pero eso no le basta. Por suerte los Borbones le sirven algo mejor en bandeja: el partido _fernandido_ , descontento con Godoy, lía un motín en Aranjuez en marzo de 1808. El príncipe heredero, Fernando (futuro VII), lo convierte en “ _Padre, el pueblo está furioso con vos, no podré contenerlo, igual va siendo hora de abdicar, desde el amor os lo digo_ ”. Carlos IV se acojona, firma, y sale corriendo a Francia, donde apela a _L’Empereur_ , “unos conspiradores me han quitado el trono, ¿no vas a hacer nada, acaso no somos amigos?”. Entre esto y algunos informes, Napoleón se hace una imagen de España como fruta madura, y convoca a Fernando VII a Bayona (hasta enero, su idea todavía parece haber sido casar a su sobrina con Fernando). El Felón es tan imbécil como para ir, y una vez allí Napoleón junta a padre e hijo, y les obliga a ambos a renunciar a la corona, que pasa de Fernando de vuelta a Carlos, de ahí a Napoleón, quien se la cede a su hermano José., junto con una primera proto-Constitución, el Estatuto de Bayona.
Un calco de la francesa, aunque conociendo la devoción católica de los españoles, renuncia a otorgarles libertad de conciencia.
Sin embargo, los planes franceses empiezan a torcerse antes incluso de que José llegue a Madrid, primero con el estallido del Dos de Mayo, y luego con el surgimiento espontáneo de juntas autóctonas en todo el territorio. Y junto a ellas, las guerrillas y partidas que convertirán España en un infierno para cualquier soldado francés. La verdad es que aquí Mikaberidze cae un poco en tópicos rancios: “carácter nacional”, “imperturbables e indomables”, “los españoles no son como otras naciones…”. La gran ventaja de autores de países chiquitos (la posible desventaja es que le prestan también una atención desmesurada a los países chiquitos, Mikaberidze por ejemplo incluye un larguísimo capítulo sobre como afectaron las guerras napoleónicas al norte de Europa y que solo es apto para frikis terminales, y que, no les voy a engañar, a mi me encantó, pero avisados van) es que tienen que aprender idiomas para pintar algo en el mundo, Mikaberidze controla inglés, francés, alemán y ruso, pero el castellano parece que no tanto, aunque lo cierto es que estos tópicos sobre nosotros los repiten en todas partes. Y eso es porque la úlcera española, si bien no derrotó a Napoleón, sí le debilitó mucho, pero sobre todo se explotó hasta extremos delirantes en la propaganda anti-napoleónica de toda Europa, “mirad qué bravos los españoles, claro que se puede”. Incluyendo “la primera derrota de un ejército francés en Europa”, en Bailén en julio de 1808, si pasamos por alto que los franceses en Bailén la cagaron bastante (y que el comandante del ejército español era un suizo).
¡El toro español!
Bailén hizo que José Bonaparte huyera de Madrid y retirara a los franceses al norte del Ebro. Desde Vitoria pidió ayuda a su hermano. Mientras, Portugal también organizaba sus propias Juntas y la Junta Suprema española entablaba negociaciones con Gran Bretaña. Los británicos desembarcaron en Portugal y La Coruña, e incluso usaron a la Royal Navy para traer a 9000 soldados españoles desde Dinamarca (de 15000 que estaban por ahí, al resto lo pillaron los franceses y los dispersaron por otras unidades, la mayoría acabó yendo a Rusia para no volver). Y al mismo tiempo, Rusia se le ponía farruca a Napoleón negándose a cumplir con Tilsit.
Napoleón quedó con el Zar en Erfurt para acojonarle/limar diferencias, y una vez acordado que Alejandro permanecería neutral e incluso vigilaría a Austria (coste de esto último: Finlandia y los principados del Danubio), Napoleón partió personalmente a España a pesar del incipiente invierno. Aplastó los ejércitos que se le pusieron por delante, y el 4 de diciembre entró en Madrid, donde empezó a hacer reformas a saco: reorganización administrativa, nacionalización de propiedades de la Iglesia, y abolición de la Inquisición y de los privilegios feudales. Todo para modernizar y revolucionar España (y sacarle así como 150 millones de francos al año), en una combinación de palo y zanahoria:
> He abolido todo lo que se oponía a vuestra prosperidad y grandeza. Si […] no respondéis a mi confianza, no tendré otra alternativa que trataros como provincias conquistadas. En ese caso me pondré la corona de España en mi cabeza, y sabré como hacer al los mendaces respetar mi autoridad. Dios me ha dado la fuerza y la voluntad para superar todos los obstáculos.
Los británicos, no se diga, salieron de Portugal, pero fue llegar a Salamanca, oír las noticias del avance napoleónico, decir, _buff, pues la verdad es que se ha quedado un día horrible_ , y volverse atrás. Montaron unas fortificaciones de la leche alrededor de Lisboa, saliendo de vez en cuando a hostigar, y por lo demás dejando a las guerrillas hacer el trabajo sucio. Napoleón, viendo que sus enemigos se retiraban en cuanto avanzaba hacia ellos, decidió que aquello era una pérdida de tiempo y volvió a Francia. No volvería nunca al país favorito de la Divina Providencia.
Los franceses ocuparon casi todo el país, aplastando inmisericordes las ciudades que se resistían, pero sin lograr dominar nunca del todo el campo por el que se escurría la guerrilla. Aquí Mikaberidze por una vez deja los tópicos y ya cita estudios sobre las profundas divisiones de clase que también acompañaron a esta guerra. Pena que esto al final ocupe menos que las vicisitudes de Arthur Wellesley. La guerra continuó así durante tres años más, hasta que Napoleón decidió invadir Rusia (para el autor, el gran What If: ¿y si Napoleón en 1812 hubiese usado todos esos recursos en “pacificar” España en vez de irse a Moscú?), y drenó de soldados a sus ejércitos de ocupación, que además no se coordinaban entre ellos. Con esto, al fin los británicos se avinieron a salir de Lisboa y juntarse con españoles y portugueses, para derrotar juntos en Salamanca al principal ejército francés. Pero los franceses aún tuvieron fuerzas para una contraofensiva, Wellesley abandonó Madrid para volver a Lisboa, y finalmente, aprovechando que los franceses retiraron tropas para Moscú, hacer la salida definitiva. Todo este tiempo, curiosamente, alimentados con trigo estadounidense.
**La Guerra de la Quinta Coalición: superpatetismo austriaco**
Napoleón, ducho en Historia, montaba por estos años el _Grand Empire_ , una cosa ya más que francesa, que transformó profundamente el continente, sucesora en cierto del Sacro Imperio que los austriacos declararon disuelto en 1806. Entre 1803 y 1808, un 60% de la población alemana cambió de gobernante. Los estados de la Confederación del Rin pusieron en marcha amplias reformas al estilo francés, si bien con Napoleón a veces es difícil distinguir medios y fines: las reformas los afrancesaban (_¡mission civilisatrice!_), pero también servían para sacarles recursos más fácilmente. Como dijo Louis Bergeron,
> “paradójicamente, Napoleón era al mismo tiempo un retroceso y un avance, el último de los déspotas ilustrados y un profeta del estado moderno.”
El caso es que los austriacos habían hecho una serie de reformas para hacer su ejército más “francés”/eficaz, y en cuanto llegaron noticias de Bailén y de las guerrillas, Viena empezó a pensar que había llegado la hora de “liberar” Italia. La cosa siguió larvada durante varios meses, mientras no quedaba claro donde estaban los rusos, que desde Tilsit estaban a partir un piñón con Francia, pero pronto llegaron noticias de que en San Petersburgo todos salvo cuatro gatos odiaban a Napoleón, y Austria no dudó más.
(Viena intentó también subir a Prusia al carro. Pero al contrario que en España, donde el anarquista carácter nacional impuso la “acción directa” contra el francés, y en bello presagio de su comunista futuro como RDA -a cuyo territorio estaba mayormente reducida-, Prusia optó por “reformas dentro del estado”, meritocracia, abolición de instituciones feudales, fiscalidad más justa, emancipación efectiva de los siervos, y por lo demás, aguardar su hora. Sabiamente, juzgando por como les fue a ambas en el siglo XIX.)
Nominalmente, esta quinta coalición aparte de Austria también incluía a España, Gran Bretaña, Nápoles y Rusia, pero estos cuatro no hicieron nada (o al menos nada que no estuviesen haciendo ya antes – Gran Bretaña intentó una invasión de Países Bajos y un tercio de sus hombres causaron baja, aunque aprovechó para embolsarse algunas colonias más), y Austria se comió el marrón. Rusia de hecho nominalmente era aliada de Francia, y si van a la Wikipedia está listada en el bando francés, pero los ejércitos rusos avanzaron tan despacio (¡y anunciando por carta sus intenciones!) que nunca fueron una amenaza. El zar quería asegurar una Austria fuerte como colchón ante Francia. Donde los rusos sí se dieron prisa fue en Galizia, donde los polacos aliados de Napoleón estaban avanzando demasiado rápido para el gusto de San Petersburgo, así que los rusos se apropiaron rápidamente de lo que dejaban los austriacos en su retirada, no fuese que a los polacos se les ocurriese restaurar el reino de Polonia.
La guerra fue formalmente declarada por Austria el 10 de abril de 1809, seguida al pie de una gran invasión de Baviera, el gran aliado alemán de Napoleón. Ejércitos menores se adentraron en Italia, Dalmacia y Polonia, pero el escenario principal era Alemania, donde Austria confiaba en instigar levantamientos populares contra los franceses. Algo hubo, pero nada al nivel de España, y Napoleón llegó a la carrera y los barrió de vuelta a casa, ganando cinco batallas en cinco días. En mayo ya entraba otra vez en Viena, mientras los ejércitos austriacos se refugiaban al este del Danubio y derribaban los puentes.
Aquí Napoleón cometió uno de sus pocos errores: intentó mantener la presión cruzando el Danubio sobre puentes improvisados, y el contraataque austriaco le pilló desprevenido. Los austriacos lo celebran como una victoria, pero si con 95.000 hombres no eres capaz de derrotar decisivamente a 25.000 que además están atrapados de espaldas al río, tampoco es para alardear demasiado. Los franceses se retiraron en orden, y Napoleón empleó las siguientes semanas en prepararse a conciencia y esperar al ejército de Italia, que también había avanzado en su frente. Mientras, los austriacos simplemente esperaban. En julio cruzó el río con suficientes refuerzos, rodeó a los austriacos y forzó la batalla de Wagram. La ganó, aunque con abundantes pérdidas – pero las pérdidas austriacas eran aún peores, las revueltas alemanas no terminaban de cuajar, y de tanto retroceder los austriacos ya iban a poner en un brete a los rusos. Así que Austria pidió un armisticio al cabo del cual vio que era incapaz de seguir, y en octubre firmó una paz.
El Tratado de Schönbrunn fue humillante: indemnizaciones, adhesión al Sistema Continental, reconocimiento (otra vez) de todos los cambios en Italia, cesión de Salzburgo y Berchtesgaden a Baviera, cesión de Venecia a Francia (que con esto ya controlaba medio Adriático), cesiones a Sajonia y Polonia, limitación del ejército a 150.000 hombres… y el patetismo final: intentando arrimarse al sol de Francia, el emperador Francisco I le ofreció a Napoleón, el ogro plebeyo al que antes de la Revolución no hubiese ni dirigido la palabra, la mano de su hija de 19 años.
Algo así como si Pablemos hubiese llegado a presidente del gobierno y el Preparado le diera a su hija en matrimonio simplemente para salvar el trono.
Sin embargo, afirma Mikaberidze, los duros términos engañan: Francia se estaba agotando. El ejército perdió muchos combatientes veteranos y ya nunca fue el mismo de antes. Las reformas en el ejército austriaco habían aumentado considerablemente su eficacia, y el resto de Europa tomó nota. Rusia se asustó ante las pretensiones polacas y se distanció notablemente de Napoleón. Y el absoluto postramiento de Austria convenció a todos de que en el futuro las cosas debían hacerse de manera coordinada. En puridad, la Guerra de la Quinta Coalición fue la última que Napoleón realmente “ganó”.
**Interludio caucásico-atlántico-asiático**
Aquí el libro aprovecha para colarnos un par de capítulos temáticos y no cronológicos. Como Mikaberidze se muere de ganas de sacar a relucir al terruño pero es consciente de que igual no somo taaan frikis como para tragarnos 100 páginas sobre historia de Georgia del siglo XVIII tras haber pagado lo que técnicamente es un libro sobre Napoleón, esconde esa historia en un par de capítulos sobre el imperio otomano y sobre Irán. Dos potencias que se pasan como 10 años en guerra continua con Rusia (que finalmente les pasará por encima: las herramientas para ser “potencia” están cambiando vertiginosamente y los turcos y los persas van incluso por detrás de Rusia), en el Danubio pero sobre todo en el Cáucaso, donde Georgia, Armenia y Azerbaiyán, esos tres pequeños estados tapón entre Rusia, Turquía e Irán, van a caer definitivamente del lado ruso para los próximos 170 años.
Mujeres despampanantes, danzas exóticas y yoyah en todas sus formas, la verdad es que se hicieron buena compañía.
En fin, que pasan MUCHAS cosas. Tantas, que te queda la duda de si el periodo era realmente tan excepcional, o si estas cosas siempre están en marcha en alguna parte. También es cierto que esa “guerra continua” es de muy baja intensidad: los rusos tienen quizás unos 25.000 soldados en el Cáucaso, apenas un cuerpo de ejército napoleónico.
Y junto a las evoluciones asiáticas, el pifostio en el norte de Europa, o las grandes transformaciones en el continente americano, impulsada de nuevo por las guerras napoleónicas. Que son sobre todo cuatro: las independencias de Hispanoamérica, el curioso desarrollo del Imperio de Brasil (Brasil hasta entonces eran varías capitanías separadas y que se podrían haber disgregado, es la llegada de la familia real portuguesa la que lo une todo en lo que será la mayor potencia de Suramérica), la adquisición de Luisiana por los EEUU, y la exitosa revolución de los esclavos en Haití. Que igual nos pensamos que los yankis se habrían quedado con el continente entero sin necesidad de comprarlo, pero lo cierto es que por entonces el poder federal era muy débil, y un ejército profesional europeo podría haber defendido con facilidad la Luisiana… pero no pudo hacerlo porque ya no había tal ejército después de que Napoleón lo quemara intentando recuperar Haití, así que el corso corta por lo sano y decide vender, “y así les creo a los británicos un rival que se los comerá”. Todo está _conectao_.
**Lo de Rusia**
Napoleón intentaba montar un eje Paris-Constantinopla-Teherán que le permitiera llegar por Tierra hasta la India y acabar con el Raj británico. La cosa no pasó de intentos diplomáticos y mandar técnicos para modernizar los ejércitos locales, porque la idea era unir a otomanos y persas contra su enemigo común, Rusia – y en cuanto Napoleón tuvo a mano una alianza directa con Rusia, a raíz de Tilsit le dio mucha más prioridad, pues le permitía asegurar su dominio sobre Europa.
Sin embargo, en Rusia, la alianza no se vio así. Firmaron lo de Tilsit porque estaban en aquellos años metidos en guerras con todo el mundo: con Suecia, con los otomanos y con los persas, y necesitaban un descanso. Tilsit trajo al momento una nueva guerra con los británicos, pero Napoleón le aseguró a Alejandro que _pas de probleme_ , la industria francesa está a tu servicio. Pero sí había _probleme_ : Gran Bretaña y Rusia se complementaban mutuamente, la una exportaba manufacturas y necesitaba materias primas, y la otra justo lo contrario. Francia estaba un poco más equilibrada, así que no necesitaba importar tanto. Y sus exportaciones, como solo podían ir a Rusia por tierra por el bloqueo de la Royal Navy, se encarecieron muchísimo. Encima, cuando falló la cosecha de trigo británica de 1809, los rusos no pudieron exportar sus enormes excedentes… mientras Napoleón sí les dejaba hacer eso mismo a los agricultores franceses.
A Alejandro la anexión de Finlandia y la promesa de mano libre con los otomanos le bastaba, pero pronto el descontento empezó a extenderse en Rusia. Consciente de que su autoridad como autócrata no le salvaría de un golpe palaciego (¡a su padre no le había salvado!), Alejandro hizo la vista gorda ante el contrabando cada vez mayor. Incluso, Rusia se abrió a hablar con las nacientes repúblicas americanas (en el contexto de la época, como si Abascal se abriese a hablar con Corea del Norte), y aclaró que barcos portugueses no, por supuesto… pero “brasileños” sí, faltaría más. Pronto el sistema continental solo existía sobre el papel.
Para 1811, Napoleón se encontraba en una encrucijada estratégica. Francia mantenía una hegemonía continental no vista desde hacía un milenio, pero todas las colonias extraeuropeas o habían caído en manos británicas o estaban sumidas en desórdenes internos. También habían caído casi todos los escuadrones franceses que habían atacado al comercio inglés. El dominio de la Royal Navy era tal que no pudo ser desafiada durante un siglo entero. En suma: Francia ya había perdido la guerra global, y como mucho podía aspirar a ganar la guerra continental.
Europa para Francia, el mundo para Gran Bretaña.
La úlcera española seguía desangrando a Francia, en todas partes surgían sentimientos nacionales, y los vencidos estaban implementando reformas al estilo francés. Su tratamiento del Papa y su Sistema Continental le granjeaban considerables enemistades, y los nacionalismos, especialmente el italiano y el alemán, estaban despertando. La invasión de Rusia hay que entenderla en ese contexto: como una apuesta para mantener el imperio francés. ¿Podría haber mantenido Napoleón su imperio de no haber hecho esta apuesta? Difícil… pero no imposible, diría. Pero fue una apuesta mal pensada, peor ejecutada, y que resultó en una campaña sin paralelismos hasta junio de 1941.
La invasión (ni siquiera hubo una declaración formal de guerra) vino largamente anunciada, y dio tiempo a los rusos a cerrar los otros frentes para centrarse en Napoleón, quien por otra parte no tenía una estrategia muy desarrollada más allá de “entramos, los derrotamos, y negociamos un tratado mejor”. Esta falta de estrategia le mantendría varios días inmóvil, esperando una oferta rusa que no llegaba. La espera más sangrante, los 36 días que estuvo esperando en Moscú antes de decidirse a volver, cuando una retirada inmediata quizás habría salvado a su ejército (Mikaberidze en todo caso afirma que la cantinela “fue el general invierno quien derrotó a Napoleón” es pura propaganda: el frio llegó tarde, después de las catástrofes; peores fueron las lluvias que embarraron los caminos e hicieron imposible la logística). Napoleón no entendía que para Alejandro I un Tilsit 2.0, tras haber sido invadidos sin justificación, habría sido un suicidio. Al final, de los 600.000 hombres que entraron a Rusia, apenas 100.000 salieron.
Quelle surprise!
**La Sexta Coalición: la traición del suegro**
La invasión de Rusia no se cuenta como guerra de coalición, pero según salían los franceses de Rusia en enero de 1813, los rusos empezaban a montar una coalición, la sexta, para perseguirlos. Los primeros, los prusianos, cuyos contingentes en la _Grande Armee_ se habían pirado a la francesa para luego firmar armisticios por su cuenta. En toda Prusia, la gente se movilizaba, solo el rey pedía prudencia, pero finalmente fue obligado a firmar una alianza con Alejandro y empezar a empujar a los franceses.
Napoleón, que había salido pitando a Francia, enseguida montó otro ejército. La burocracia napoleónica seguía en plena forma, y nadie hubiese apostado a principios de 1813 que al régimen le quedaban apenas unos meses. Pero, aunque Napoleón hizo verdaderos milagros con unos ejércitos inferiores y llenos de reclutas bisoños, no pudo resolver una carencia fundamental: casi todos los caballos de Europa occidental yacían cadáveres en la carretera entre Smolensk y Moscú. Las victorias francesas en esta guerra se quedaban a medias, pues no había caballería para perseguir al enemigo, que tras las derrotas siempre lograba retirarse en orden. Finalmente, ambas partes firmaron un alto el fuego temporal.
Este alto el fuego se ha interpretado siempre como un grave fallo de Napoleón. Él mismo lo vio así: tenía la iniciativa estratégica y a los ruso-prusianos encerrados en Silesia. Pero militarmente estaba agotado, confiaba en lograr apoyo austriaco, y ahora entraban los diplomáticos. En este caso, Metternich por Austria, quien durante la primera mitad de 1813 jugó un descarado doble juego entre ambos bandos. Fue él quien negoció el alto el fuego, insinuando que si alguien no se unía Austria tendría que irse con el otro bando. Total, para acabar uniéndose a la Sexta Coalición, que estaba más dispuesta a prometer cosas y además recibía entusiasmada las noticias desde España, donde los aliados, aprovechando la retirada de tropas francesas, habían empujado a José Bonaparte prácticamente de vuelta a Francia. Napoleón, que había confiado en su suegro austriaco e incluso había dejado a su mujer como regente en París, ahora se enfrentaba por primera vez a todas las grandes potencias a la vez.
“¿Emosido Borboneadoh, Sire?” “Emosido borboneadoh, oui.”
Los aliados, además, rápidamente mostraron que habían aprendido: dividieron sus contingentes nacionales para unirlos en ejércitos multinacionales, para hacer inviable la opción de que uno de ellos se retirase unilateralmente. Y en la medida de lo posible evitaron ofrecer batalla. Lo que Napoleón aún ganaba con su genio militar, lo dilapidaban sus subordinados con derrotas. Finalmente, Napoleón cambió de estrategia: en vez de agotarse persiguiendo a enemigos que rehuían batalla, se atrincheró en mitad de Alemania esperando que viniesen a por él, para intentar derrotarlos por separado. Pero los aliados coordinaron magistralmente sus movimientos, y para cuando quiso darse cuenta estaba atrapado en Leipzig por enemigos superiores que además recibían continuamente nuevos refuerzos.
El enfrentamiento ha pasado a la historia como la Batalla de las Naciones por la enorme diversidad de las tropas presentes. Una pura batalla de desgaste, que ganaron los que podían gastar más. La retirada francesa se convirtió en un caos, y Napoleón tuvo que abandonar Alemania del todo y atrincherarse en la margen izquierda del Rin, con los aliados pisándole los talones.
Aquí, nueva y breve hora estelar. Porque pese a todas sus proclamas de “luchar juntos hasta el final”, los aliados tenían ideas muy dispares sobre lo que era dicho “final”. En realidad, los únicos que querían seguir hasta llegar a Paris al precio que fuera eran los oficiales prusianos (sí, la cabra tira p’al monte) y el zar Alejandro (en plan “venganza por Moscú”). El rey de Prusia estaba a por uvas, el sueco Bernadotte -aquí un amigo- jugaba con la idea de sustituir a Napoleón a título de rey (y si había que conformarse con Suecia, pues _hoygan_ , que al menos le garantizasen Noruega, pero los pérfidos aliados como que no se comprometían), los flamantes aliados alemanes (hasta ayer aliados franceses) de Sajonia Baviera y Wurtemberg sabían que la fiesta la iban a pagar ellos así que mejor no alargarla, y Metternich pensaba que ya estaba bien y que había que preservar una Francia fuerte como contrapeso a Rusia, que amenazaba con una hegemonía europea. Y además, ¡si Napoleón era de la familia!
Metternich, ese Bismarck antes de Bismarck, se salió con la suya, y desde el cuartel aliado en Frankfurt se enviaron términos a Napoleón. Básicamente, mantener el _statuo quo_ existente en ese momento: renunciar a España, Holanda e Italia (que ya había perdido), y a cambio pervivencia de la dinastía napoleónica y retener las fronteras de 1793. Es decir, hasta el Rin e incluyendo la Suiza francesa y Savoya – poca broma, hoy eso daría para una Francia de 90 millones de habitantes y un PIB un 30% mayor, además de que habría hecho casi imposible una Alemania unificada en el siglo XIX. Sobre la honestidad de la oferta, hay amplios debates, pero Mikaberidze ve probable que, si Napoleón hubiese dicho al momento que sí, habría tenido probabilidades de sacar eso en limpio. Pero pensó que aún podía recuperar algo, remoloneó unos días para ir a ver a su mujer (que tenía abierta la ventanita de la fertilidad), y para cuando se dignó sentarse a negociar, noviembre de 1813, ya habían llegado a Frankfurt los otros liantes: los británicos.
Londres estaba escandalizada de que se sopesase devolverles colonias a los franceses, y que Napoleón fuese a quedarse Bélgica y las Bocas del Escalda (unos estuarios que son el trampolín/refugio natural para cualquier flota que quiera asaltar Gran Bretaña, si ustedes miran el mapa y se preguntan el porqué de la existencia de estados de juguete como Bélgica o Países Bajos, es precisamente para que las dichosas Bocas no las tenga ninguna potencia hostil a Gran Bretaña). Así que empezaron a repartir pasta y a prometerle a todo el mundo lo que quería: Noruega para Suecia, Italia de vuelta al redil austriaco y Prusia restaurada. Y para el zar Alejandro, Finlandia y Polonia envueltas en un lacito.
Polonia: con amigos así, mejor llevarte bien con tus enemigos.
Europa apenas había tomado las uvas de 1814, y ya estaban entrando los ejércitos aliados en Francia. Con cierto miedo, pues recordaban lo mal que les había ido en 1793, pero ahora Francia estaba agotada. Napoleón hizo una leva de muchachos, los marie-louises, e incluso así todavía logró hacer verdaderas proezas militares. Pero los aliados no corrieron riesgos, Napoleón no podía estar en todas partes a la vez, y cuando un subordinado acobardado rindió Soissons sin apenas resistencia, los aliados llegaron hasta París, donde Talleyrand, (maestro de conspiraciones: un exobispo que sirvió a todos los regímenes franceses durante 50 años) montó un golpe de estado legal para deponer a Napoleón “desde dentro” y llamar de vuelta a los Borbones, los cuales inmediatamente firmaron un tratado de paz. A Napoleón no le quedó otra que firmar su derrota en Fontainebleau y marchar al exilio en la isla de Elba.
**La Séptima Coalición: nos jodieron _l’après-ski_**
Derrotado el malvado ogro, las potencias ya pudieron sentarse a reorganizar Europa a su gusto. Reorganización en la que Francia participó como uno más, faltaría, entre reyes no nos pisamos la manguera. Así que indemnización mínima, ninguna restricción al tamaño de las FFAA, restitución de algunas colonias (UK se quedó todas las pequeñas islas de tremenda importancia estratégica) y las fuerzas de ocupación abandonan el país incluso antes de firmar la paz definitiva. ¡Es que ni el expolio de arte tuvieron que devolverlo, ahí sigue en el Louvre!
En Alemania nunca han faltado voces comparando lo mal que se trató a Alemania en 1919 frente a lo bien que salió parada Francia en 1814. Y tampoco es para montar genocidios industriales, pero una miajilla de razón no les falta.
Francia estuvo representada por Talleyrand, que entró en tromba diciendo que qué era eso de un “directorio” (los Big Four: UK, Prusia, Austria y Rusia) decidiendo todo, que aquí entre todos, incluso los más pequeños. Postura acogida con entusiasmo por “los pequeños”, lo que le metió en el directorio. Una vez dentro, y constituido _pro forma_ un directorio más grande con España, Portugal, Suecia y Nápoles, ya se olvidó de los pequeñitos y esperó a que las contradicciones entre los vencedores le sirviera en bandeja la posibilidad de un compromiso. La cosa se alargó casi un año, pero a los seis meses cayó como una bomba la noticia de que Napoleón había escapado de Elba y marchaba hacia París. Luis XVIII salía por patas.
La vuelta de Napoleón vino acompañada de amplio -si bien no universal- entusiasmo. Es lo que tienen los Borbones. Y pese a revueltas y rebeliones, Mikaberidze asume que, internamente, el bonapartismo restaurado era perfectamente viable. Sobre todo, porque Napoleón volvió con la vítola de “je vous ai compris” y metió reformas a saco: libertad religiosa y personal, igualdad ante la ley… tendría sus fallos, pero más ilustrado que sus enemigos sí era. Lo que lo tumbó fue únicamente la intervención extranjera – la cual, por otra parte, era perfectamente predecible. Si Napoleón no se la esperaba, es que había perdido el olfato.
Inmediatamente, los aliados movilizaron medio millón de hombres. Los primeros en llegar: los prusianos desde el este y los británicos desde el norte. Napoleón salió corriendo para enfrentarlos antes de que entraran en Francia, y se coló entre ambos ejércitos en Bélgica, intentando destrozar a uno de ellos mientras mantenía al otro a distancia. Derrotó a los prusianos pero se le escapó su destrucción, así que viró rápidamente para enfrentar a los británicos, agazapados a las afueras de un pueblecito llamado Waterloo. Perdió un tiempo preciso, y cuando se ataque estaba en marcha llegaron los prusianos por el flanco. Y ahí se acabó todo.
Tras esto, volvió el cambalache vienés, y esta vez decidieron que Francia estaría mejor en las fronteras de 1789 y pagando indemnizaciones, muchas gracias. Y a Prusia le vamos a dar la cuenca del Ruhr (que acabaría siendo la mayor zona industrial del continente) para servir de estado tapón. Todo en nombre del Equilibrio Continental. Así que ya saben: de la preponderancia alemana en a Europa de hoy, tiene su parte de culpa ese último arrebato napoleónico.
Aunque el ONVRE logró ganar su última batalla: la de su reputación.
**Valoración**
Las guerras napoleónicas fueron los mayores agentes de cambio social entre la Reforma y la Primera Guerra Mundial. Alteraron totalmente el equilibrio continental y la naturaleza de la soberanía. Y sobre todo: mostraron lo que podía lograr un estado moderno movilizando a tope sus recursos. Sobre esto no hubo vuelta atrás: incluso los soberanos reaccionarios entendían que las reglas habían cambiado. Un potente ejemplo a favor de limitar el poder del estado, dirán algunos – que suelen ser los mismos que nos dicen que hay que invertir más en FCSE, esos inventos napoleónicos, mientras recortan Seguridad Social porque, ya saben, “ogro corso”. Esta contradicción entre volver a lo anterior y controlar al genio que había escapado de la botella recorrería todo el XIX, hasta que el XX y la sociedad de masas dejaron claro que lo de volver a lo anterior, como que no.
Aunque fueron un conflicto fundamentalmente europeo, también definieron la relación de Europa con el resto del mundo. Europa, esa esquina del mundo tradicionalmente a rebufo de China, el Califato o los Moghules, había descubierto herramientas que incrementaron vastamente su poder, resultando -a la sombra del Equilibrio Continental pactado en Viena- en un “imperialismo colaborativo” hasta la Primera Guerra Mundial. Ideológicamente, estas guerras lanzaron al liberalismo político para todo el siglo XIX. Sobre el liberalismo en su versión comercial, librecambio sin aranceles, pues no vamos a entrar en los intríngulis económicos, pero sí vamos a decir que, históricamente, es la ideología de los que están montados en el machito. Los aranceles en cambio son la herramienta de las potencias en ascenso (porque se quieren montar su tejido industrial) o en descenso (porque ya no son capaces de competir). Por eso Trump ahora está arancelista perdido, mientras China aboga por el librecambio.
Rare picture of Napoleon meeting William Pitt the Younger. Colorized.
**Usted está aquí con el Mulo**
Considerar a Napoleón como un “padre de Europa”, una especie de unificador temprano, sin embargo, es algo que hay que tomar con cuidado, incluso cuando no viene de propaganda napoleónica. Su visión de Europa siempre dejó muy claro que Francia estaba en el centro, eso nunca podría haber sido una unión entre iguales. Incluso las afamadas aboliciones de aranceles dentro del imperio siempre venían acompañadas de truquitos administrativos para beneficio de la economía francesa.
Cuesta creer de nuestros queridos vecinos, pero es cierto.
El _Grand Empire_ no era una proto-UE, sino una máquina para alimentar la hegemonía francesa. 2 millones de hombres fueron reclutados para la _Grande Armée_ , ya solo Bélgica tuvo que aportar unos 216.000. Esto se pagó normalmente con impuestos y confiscaciones a la aristocracia, pero las burguesías que se empoderaron con las reformas no terminaron de tragar con lo de ser colonias de Francia. 4 millones de europeos (2.5% de la población) murieron en estas guerras, y probablemente otros dos millones más en el resto del planeta. Millón y medio fueron franceses. Un millón en total murieron en la Península Ibérica, la mitad de ellos españoles, un 5% de la población. Incluso UK perdió 300.000 hombres, un tercio en la Navy (solo 6500 por combates propiamente dichos).
Pero a UK le compensó de sobra: el Congreso de Viena significó un reparto de Asia entre Gran Bretaña y Rusia, con el resto de Europa dividida en un equilibrio perfectamente medido entre Francia y Austria, con Prusia como fiel de la balanza. 50 años más tarde, Prusia sustituiría a Austria como contrapeso a Francia, pero Bismark ya se encargó de que el equilibrio como tal siguiese en pie. Fue la siguiente generación de políticos alemanes la que decidió que no les bastaba una Alemania perpetuamente segundona y estuvieron dispuestos a jugársela dos veces para lograr la primacía. Pero esa ya es otra historia (y ya se la hemos contado).
Usted está aquí: tras las fallidas intentonas borbónicas, napoleónicas, guillerminas y hitlerianas por hacerse con una supremacía continental desde donde dominar el mundo, franceses y alemanes han decidido colaborar para la siguiente, mediante su _Grand L’EuroReich_ centrado en Bruselas y con un poco más de concesiones a los vasallos. Que sí, que la cosa también tendrá sus ventajas y sus beneficios y nos da un mínimo de autonomía estratégica frente a Trump, pero conviene no engañarse sobre el origen de todo esto. Por cierto: uno de los grandes ganchos de la cosa iba a ser “asegurar la paz”, pero ya están sonando unos tambores que solo les falta el “Rusia es culpable”.
Von der Pony 2035.
Como en UK los mecanismos psicológicos son otros, al final han optado por la ruptura e ir por su cuenta, volviendo a “las esencias que nos hicieron grandes”, en lo que también es una intentona psicotrópica de algo (de restaurar un imperio desde una isla pobre y superpoblada que básicamente vive de venderles clubes de la Premier y mansiones en Chelsea a billonarios rusos e hindúes, más la ocasional memorabilia de los Beatles y Shakespeare). Lo que pasa es que estas intentonas ya no suceden, como las anteriores, frente a un planeta pre-industrial que el vencedor iba a poder expoliar a gusto. La pujanza industrial, demográfica e incluso política del resto del mundo convierten a ambos, a los Cecil Rhodes de Londres y a los napoleones de Bruselas, en una especie de académicos jubilados que discuten sus viejas teorías mientras los jóvenes se reparten el mundo.
En suma: un libro que nos explica el mundo de hace 200 años, y a la vez tremendamente relevante para el mundo actual. Grifa y jaco para esta su página. Esta es una pedazo de obra que me ha costado dos meses de lectura, y aún he pensado que se le podía sacar más partido al tema. Mikaberidze cuenta bastantes cosas nuevas, pero sobre todo conecta muchas cosas que yo ya conocía, y las presenta como un todo interconectado. Que estás leyendo sobre las _yoyah_ entre británicos y holandeses en Nagasaki, o sobre Semínolas avanzando en Arkansas, y tienes que recordar que “¿esto no iba sobre las guerras napoleónicas?” Así que si solo van a leer un libro en todo el año, que sea este.
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