loading . . . The Bear (Hulu, 2022-2025) ## The Bear (Hulu, 2022-2025)
Por Carlos Jenal | Deja tu comentario »
_(AVISO DE EXENCIÓN DE RESPONSABILIDAD: al parecer, algunos lectores no ven bien que en nuestras críticas desvelemos aspectos importantes de las series, lo cual les quitaría atractivo. Con independencia de que nos resulte un poco sorprendente que uno busque, en una buena crítica cultural, la exclusión de casi todo lo que tiene que ver con el producto y su sustitución por verborrea expuesta con suficiencia y que carece totalmente de contenido –es increíble, en este contexto, el daño efectuado por la crítica cinematográfica al cine-, como somos gente de bien les avisamos: aunque no se lo crean, la crítica de “The Bear” desvela la trama de la serie “The Bear”)._
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**“Let it rip”**
¿Quién es el mayor chef de todos los tiempos? Como buenos españoles, diríamos que Arguiñano. Un francés dirá algún francés, un británico dirá “algún francés”, y un useño seguramente a Oscar Tschirky (inmigrante, como todos los grandes useños), salvo si es millennial, en cuyo caso quizás dirá Carmen Berzatto, el prota de esta serie. El resto del mundo, sin embargo, todavía no tiene tanta tontería y sabrá decirles la respuesta correcta: el mayor chef de todos los tiempos es el Hambre.
A los que hayan dicho “mi mamá”, ¿seguro que ustedes se lo comían todo de niños?
El Hambre puede convertir un mendrugo de pan duro en algo deseable, una patata hervida en una delicia, y unas lentejas en un manjar de Dioses. Y los Estados Unidos de América, culturalmente, no saben lo que es pasar hambre desde al menos el siglo XIX. Los useños se mueren de diabetes, no de hambre. Yo siempre he tenido en mi cabeza una lista del top 5 de mis experiencias culinarias que me hacían sentirme muy sofisticado (un salmón a la mantequilla en Nyhaven, una _pasta al aglio con peperoncino_ cerca de la _Piazza del Quirinale_ , espaguetis con rebellones en Huesca…) hasta que me di cuenta de que todas mis grandes experiencias venían precedidas de trotar un día entero por una ciudad extranjera, o de ascender/descender un dosmil en el Pirineo. Claro que fueron experiencias gastronómicas irrepetibles, ¡si tenía yo más hambre que el que se perdió en la isla! Que si me paso todo el día vareando olivos en Jaén, probablemente un kebab envuelto en polvorones también me sabría a gloria.
El caso es que toda esa nueva gastronomía moderniqui y sofisticada, ya saben, con sopletes y palitos y material de cocina que parece salido de un quirófano, no es más que artificio para lograr disfrutar de la comida sin pasar por el Hambre. Se añade además otro factor: que la tecnología ha invadido lo que solía ser “el Arte” y lo ha convertido en algo más seguro y predecible: los libros pasan por infinitos correctores, las películas se pueden retocar digitalmente, las canciones se graban y planchan _ad nauseam_ … el “Arte” puro como tal parece reducido a lo performativo, es decir, lo que hace el artista delante de tus narices, sin AutoTune ni nada: teatro, conciertos, lecturas públicas, danza. Pues bien: nada más performativo que la cocina: llegas, pides por sorpresa, y en 20-25 minutos tienes el plato delante. Sin Playback, sin (casi) trucos, sin AutoTune. Así que la alta gastronomía ha saltado al hueco y ahora es, básicamente, un arte performativo.
Los Picassos del siglo XXI.
Sí: hoy en día hay gente con ganas (y con dinero) para peregrinar a los grandes restaurantes y comer de los grandes chefs, igual que los hay que peregrinan tras los grandes DJs y se dejan cien o doscientos pavos en una entrada. Ojo: no pretendemos criticar esto. Al contrario: adelante con todo lo que haga feliz a la gente, ya sea comer una vichyssoise deconstruida, ya sea bailar bajo 140 decibelios, ya sea un bolso de Louis Vuitton a 1000 o 10.000 euros (suponiendo que la publicidad de LV sea cierta y esos bolsos los fabriquen artesanos franceses en pintorescos pueblos de la Provenza en bonitos talleres rodeados de lavanda y con su pausa para el _pastis_ y bla bla bla). Les hace felices, lo dicho, y además son 100, 1000 o 10.000 euros menos que podrán meter en especular con comida o vivienda. Todo suma. Si los ricos se quieren gastar su dinero en chorradas inocuas, siempre hay que dejarles.
**La Serie**
Bueno, y a todo esto, ¿cómo está la serie? Pues es el equivalente televisivo a la nueva gastronomía: un engaño para poder disfrutar sin pasar por el Hambre. Es decir, es una serie muy bien hecha, muy currada, con buen montaje, buena banda sonora, un capítulo entero compuesto de _flashbacks_ con una música tremendamente rallante y con apenas 100 palabras de diálogo, planos-secuencia de varios minutos para mostrar “mirad como rodamos estas tomas, ¡con la minga afuera!”, momentos frenéticos y momentos de reposo, banda sonora muy buena (con gente como Van Morrison, Taylor Swift o los Rolling Stones, es decir, canciones que te suenan con poner de vez en cuando la radio en el coche), rodaje cámara-en-mano para lograr esa sensación de “caos controlado” alternándose con planos que parecen de Wes Anderson, actores a los que han obligado a cocinar/fregar las cocinas en persona para meterse bien en los papeles, personajes muy cercanos y cada uno con su propio pequeño arco y su escenita emocional… Diez episodios por temporada que entran como un menú degustación de diez platos muy distintos entre sí, uno ácido, otro amargo, otro del mar, otro frío, otro caliente. Lo tiene todo como elaborado producto televisivo. Excepto, quizás, saciar el Hambre.
Pero uno no va a El Bulli porque tenga hambre, ¿verdad? Va porque sale en la Dokumenta de Kassel.
El prota de la serie, Carmen “Carmy” Berzatto, es una especie de Joven Werther de nuestro tiempo, solo que en vez de su Charlotte lo que ansía es un restaurante que sea la hostia, y de hecho su Charlotte, que la encuentra, solo le molesta. Resulta además que en la familia Berzatto tienen todos ciertos problemas con la salud mental, por no decir que son borderline. La madre está ida, y el hermano de Carmy, Michael, se suicida… pero en su testamento le deja a Carmy (que en ese momento es un joven y prometedor chef en los restaurantes más rompedores de la Costa Oeste) un restaurante en Chicago, llamado “The Beef”, inspirado en uno real.
**Primera Temporada: Entrantes**
The Beef, pues no es un restaurante chachiguay, sino todo lo contrario: es un restaurante al que va gente porque, efectivamente, tiene hambre. La chusma, _oigh_. Un restaurante de barrio, de toda la vida, especializado en comprar grandes cachos de carne, cortarla, sazonarla, y servirla con patatas o metida en unos bocadillos para llevar que nacieron como toda cocina tradicional: para engañar al Hambre Realmente Existente. Como, por ejemplo, qué se yo, el uso masivo del ajo para crear empacho, y consecuentemente odiado por toda la cocina moderna como primitivo (excepto cuando se busca precisamente “Lo Primitivo”: _exempli gratia_ , el salmorejo, que en Madrid te lo ponen con cantidades obscenas y hasta peligrosas de ajo para que sea “auténtico”, mientras en la Córdoba rural, donde aún están una generación más cerca del hambre, saben que lo que hace un buen salmorejo es mucho huevo y jamón, que es lo que alimenta, el resto es adorno, reutilización de pan duro, y engaño al hambre). Vamos: que en The Beef aquí la cocina no es arte, sino artesanía, más modesta pero más honesta.
Esto también nació como “basura disfrazada que comes para engañar al hambre”, y tenía entonces más dignidad que los que luego lo deconstruyeron para elevarlo a icono cultural. Contradictio in terminis: si tienes cultura, básicamente, es porque ya no tienes hambre.
Pero a Carmy no le basta con dar de comer al hambriento, que eso es de perroflautas, así que va a transformar The Beef en The Bear, un restaurante moderniqui con sopletes y platos rectangulares y guachapayas de remotas islas indonesias ralladas mínimamente contra un _oroshigane_ forrado de piel de tiburón (del abdomen y no del lomo del escualo, no me vayan a ser vulgares) de medio metro de largo para darle al ratatouille el toque ideal de _umami_. Y eso es básicamente la serie, mezclada con las movidas personales de los protas.
**Segunda Temporada: Plato principal**
Como dijo uno muy acertadamente: la primera temporada es una serie bélica que tiene lugar en una cocina, y la segunda es una serie de deportes que tiene lugar en una cocina (deportes en ese sentido americano, “ _underdog_ que con mucho ingenio y control de todos los factores y con FE EN SI MISMO sube a las grandes ligas y derrota a los vigentes campeones”). Un deporte, además, donde “cada día es la SuperBowl”. La segunda temporada esencialmente va de los preparativos para subir a las grandes ligas, y finaliza con la gran apertura del viejo THE BEEF convertido en THE BEAR: un restaurante en un barrio obrero donde ningún obrero puede permitirse una cena. Algo que disimulan con “mantenemos una ventana donde vender bocatas _take away_ ”… y el gesto da una voltereta completa en la tercera temporada, cuando un auditor les dice, _HOYGAN, los bocatas son lo único que da dinero aquí_ , ¡la comida de la clase obrera está financiando los caprichos pijo-culinarios de la burguesía bohemia de Instagram!
De hecho, la zona de clientes es ridículamente pequeña, las cocinas ocupan más espacio. Y por cada cliente hay, a ojo, dos cocineros/pinches/camareros. Claro, eso solo se medio mantiene cobrando a 175$ el cubierto (y contando, porque esto es _Gods own country_ , con un ingreso fijo de propinas, y mejor no preguntar por el seguro médico para que no se te rían en la cara). A mi la empresa me transfiere 117,06€ a la tarjeta restaurant de SODEXO y esperan que con eso me alimente durante un mes entero, así que un poquito sí me lo tengo que tomar a cachondeo, pero insisto, si los ricos quieren quemarse la pasta en una secuencia de platitos que quedan muy bien en redes sociales, adelante.
Ya que hablamos de clase obrera: como toda producción audiovisual useña que se precie, “The Bear” sigue al pie de la letra la representación de la _working class_ estadounidense. Representación que se puede resumir en: todos gordos. Sí, también suelen ser majos y buena gente, y al contrario que los oficinistas al menos los _blue collar workers_ no sufren de alineación extrema – pero están fondones, rellenitos, con papada, o con un pescuezo dos tallas más grande que sus ya de por sí amplias camisas/camisetas. ¿Y por qué gordos? Pues primero porque así es el americano medio, nativo de un país donde el 80% de la población tiene sobrepeso, al que habrá que darle gusto. Y segundo, porque se trata de representar al proletariado como indulgente y falto de autodisciplina, siempre dispuesto a tomarse una tapita más, a elegir el formato SuperSize, a preferir los _mac and cheese_ sobre la comida orgánica, y a no ciclarse como mandan los cánones. Esto lo tienen tan metido dentro que probablemente ni se lo planteen conscientemente al asignar papeles. De hecho, hay dos hermanos fondones _working class_ , y en un cameo de famoso les meten a John Cena como tercer hermano, que como proletario pues parece salido de un poster de propaganda soviética.
Culinary Class War.
**Tercera Temporada: Postres Variados**
En la tercera temporada, ya hay suficiente bagaje para hacer _fan service_. Es decir, cogemos lo que más ha gustado de las dos temporadas anteriores, y lo servimos agrandado y pasado de rosca. Apropiadamente, con música de ópera (o al menos piezas que parecen “de ópera”, cosillas clásicas con gran orquesta que te suenan vagamente, _hoygan_ , yo en el colegio entre artes plásticas y música elegí lo primero, no me pidan peras). Porque, ¿qué es la ópera? Pues es coger una historia muy sencillita y convencional, Chico conoce chica que resulta ser del Sevilla FC, y sufre mucho hasta que se le aparece Lopera en sueños para darle el _placet_ , una historia que cualquier cantante folk te mete en una balada de cuatro minutos sin más música que la de una guitarra acústica, que cualquier rumbero de tres al cuarto te narra en tres, y que cualquier reaggetonero o rapero te mete en un track simplemente añadiéndole un _pues viva el Betis manque pierda, que tampoco estás tan buena (zorra)_ al final, la ópera, decíamos, es coger esta historia, alargarla hasta las tres horas mediante historias de enredos y personajes secundarios del Levante FC, acompañarlo todo de una sección de vientos y violines capaz de competir en volumen con unas fiestas de moros y cristianos, y envolverlo en ropajes, vestimentas y teatros espectaculares. Pues eso es The Bear en su tercera temporada: han cogido a Paquito el Chocolatero, el bocata de toda la vida, y lo han convertido en _Die Zauberflöte_. Son el amigo que acude al bar vestido de punta en blanco.
También con la tercera temporada viene el inevitable envalentonamiento de la tropa en cualquier serie exitosa: _quiero mi propio capítulo para mi lucimiento personal o te hundo la serie; es más, quiero DIRIGIR algún capítulo_. Con lo cual la serie empieza a tener tramos donde se alarga y alarga y alarga cual partido con el Real Madrid por detrás en el marcador, para darles a todos su minuto de gloria, amén de retorcer el guion y ponerlos en situaciones de “sobreactuación extrema para ver si cae un Emmy”. Y como con los actores no tenemos suficiente, metemos a un montón de chefs de renombre de la vida real, a decirnos como se metieron a esto, y que su pasión artística y creativa es lo que les mantiene en marcha, como si cada día fuese el nacimiento de un hijo, la muerte de un progenitor, y una Champions League de la Cultural Leonesa. Sí, claro, eso y no las toneladas de cocaína y barbitúricos que se pule el sector de la hostelería para sobrevivir.
**Cuarta Temporada: Café, copa y puro**
Con esto, nos hemos plantado en la cuarta temporada. Sin comerlo ni beberlo, literalmente. La tercera termina tan _in media res_ que en seguida resulta obvio que rodaron la tercera y la cuarta _back to back_ , pero las presentan separadas por un añito para exprimir hasta la última gota del hype. La tercera es lucimiento y alargamiento, con las dosis justas de guion para que la gente no se indigeste y quiera ver como sigue, pero hasta la cuarta no van a cerrar nada. Y por eso aguantan un añito entero hasta sacarla, ¡vamos a generar expectativas para luego hundirlas con más lucimiento y más alargamiento!
Para que no se note demasiado, la cuarta temporada inicia una nueva preocupación. Y es que, vaya por donde, el mundo material llama a la puerta. Más concretamente, que la cosa financieramente como que no va, sobre todo a raíz de una mala crítica en el _Chicago Tribune_. Lo único que da dinero (y de manera espectacular, si tenemos en cuenta la inversión) son los pepitos de ternera del _take away_. Esto hay que superarlo, y la forma de hacerlo es ir a por “La Estrella”. No la logran, pero sí una mención de honor en el _Food and Wine_ , y entremedias más fliparse con que la pasta disponible para rodaje ahora excede el presupuesto de cultura de un país medio, y aún más metraje, y aún más diálogos de lucimiento y más episodios con guion/dirección a cargo de actores/amigotes, que es la última temporada y ya da todo igual.
Esta temporada es el equivalente televisivo a la sobremesa de café, copa y puro: ya ni siquiera pretendemos que estamos comiendo, pero lo alargamos por gusto. O al menos el gusto de los actores, los espectadores ya estamos durmiéndonos en algunos episodios, que la mitad de la temporada parecen consistir en famosos que han venido a hacer la escenita/el monólogo cuqui, pero con ese toque “llevo ensayando dos meses este monólogo cuqui delante del espejo para que encajen cada gestito, cada parpadeo, cada movimiento de mandíbula, cada _like_ para lucirme en esta serie que está ya básicamente para que yo me luzca”.
Y como toda comilona que se precie, todavía vamos a estar de tertulia media hora en la calle delante del restaurante. Que así es el _Series Finale_ : una larguíiiisima escena detrás del restaurante, con los actores principales echando para afuera todo lo que llevan dentro y explorando los límites de su talento. Y hay una especie de cierre, sí, pero lo demás sigue más o menos abierto como la vida misma. ¿Para qué van a saciarte el hambre, si mañana volverás a tenerlo?
**The Bears**
La serie lo petó mucho tras su primera temporada, con el casi obligado corolario de que medio Hollywood hace cola porque quieren hacer un cameo, y nos aparecen Bob Odenkirk, Jamie Lee Curtis, Gillian Jacobs, John Bernthal, Joel McHale, John Cena, y otros que ya no me suenan. Y fíjense si tienen ganas de salir que salen todos sin maquillaje, con ese _look_ arrugas+papada+granitos que nos indica “esta es una historia de gente NORMAL”. Pero aquí nos limitaremos a los principales, no se preocupen.
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**Carmen “Carmy” Berzatto** : prota principal. Varón, pese al nombre. Ya saben, italoamericanos obsesionados con ser superauténticos superitalianos, pero que si fuesen a un pueblo de Sicilia o de Etruria los nativos llamarían a los _Carabinieri_ (o, más probablemente, al manicomio más cercano). Carmy es un chaval obsesionado con hacer la cocina perfecta, y piensa que todo lo demás le distrae. Claro: que se suicide tu hermano es gasolina para su salud mental.
Si tu salud mental ya era una hoguera descontrolada.
Carmen, al contrario que nuestra imagen de un chef, no está gordo. Incluso, está delgado. De hecho, en la tercera temporada le vemos en casa como parte de un montaje, ¿y saben qué cena el chef más ambicioso de todo Chicago, mientras lee algún libro (y lo que tiene en casa parecen ser todos _coffee table books_)? Un paquete de tomates cherry dulcita. Eso sí, se toma la molestia de servírselos en un bol (con las ramitas). En casa del herrero, cuchillo de palo. Bien, obviamente la idea de lo que constituye “comer bien” ha cambiado con el tiempo, y ahora todo es más sano y tal y cual, pero cúrratelo un poco más.
Carmy vive atormentado por casi todo el mundo con el que se cruza: con su familia, pero también con un chef que le puteó cosa mala, humillándole y exigiéndole más y más, en una especie de MasterChef interminable. Pues nada, fabricamos un _showdown_ entre ambos (en la puerta de un baño) y el hijoputa le dice “tú querías ser el mejor, el más grande, y yo te empujé a serlo, sin mi solo serías un cocinero normalillo, uno que da de comer al hambriento pero que no llega a Instagram; y ahora si no te importa me voy a mear”. _The worst person you know just had a point_ , pero para entonces ya es tarde: Carmy ya se ha metido hasta el fondo de la madriguera culinaria, y peor aún, ha arrastrado consigo a toda la peña que vivía tan feliz vendiendo pepitos de ternera y bocatacalamares.
Carmy, dijimos, está atlético porque solo come tomates Cherry, pero también está delgado por otra razón, una que a mi me sentó indigesta en cuanto se la vi. Porque verán, a mi me desagrada profundamente tirar comida. Ni siquiera estoy seguro de si me educaron así o me actualicé personalmente el software, si son ecos de ancestros pobres que no conocí o simplemente odio al desperdicio, el caso es que siempre dejo los platos limpios como una patena, aunque me siente mal. Es más: en un establecimiento de restauración me sienta peor que me sirvan más de lo que puedo comer cómodamente, que un timo de 12€ por un revueltillo con tres setas mal contadas. Y aquí tengo que ver al _chef_ Berzatto, el más aclamado Maestro de los Fogones, que ha decidido que cada día va a presentar un menú diferente, y para ello se pasa las horas obsesivamente ensayando, combinando y emplatando… y cuando un plato no le gusta, pues lo tira. Con enfado, incluso. Platos perfectamente comestibles, con ingredientes de primera, en horario de comida, pero que no alcanzan la perfección 100%, o simplemente los colores de los ingredientes no casan bien, así que nada, al cubo de la basura. ¡Joder, que las escuelas de peluquería ofrecen cortes de pelo gratis! ¿Y el notas este tira comida en una ciudad con 18.836 personas sin hogar? Pues miren: mucho arte y mucho tal, pero solo por esto este tío es un hijoputa con todas las letras. La comida en buen estado no se tira, hostia.
**Sydney Adamu** : la joven promesa, una chavala recién llegada de la academia con “ideas”, y una obsesión por lograr “la estrella”. Michelin debería haberse limitado a los neumáticos. Una serie convencional la habría liado con Carmy, pero igual que no hemos venido a comer, tampoco hemos venido a follar. Adamu se queda con el combo completo: Relación Complicada con el padre + dirigir un episodio + un conocido me ofrece curro como su jefe de cocina (en lo que es el equivalente a sacarte una oposición a una plaza A1 Nivel 30), pero algo que no logro explicar me atrae a este MasterChef permanente que se ha montado Carmy.
**Richard Jerimovich** : el gerente/cocinero jefe/factótum del restaurante. Primo de Carmy, o algo así, pero se ríen de él porque es medio polaco y no italiano 100% como el resto de los protas. Este señor arrastra el obligado divorcio, tiene una hija de cinco años a la que le gusta Taylor Swift, y en general es un capullo integral hasta que le mandan a un restaurante top a limpiar tenedores, y sale de ahí como quien ha encontrado a Dios, pidiendo perdón a todos y cambiando los vaqueros y la camiseta por un traje oscuro.
En realidad, eso no es más que otra forma de ser un capullo (porque en seguida va a revertir a su ser anterior), pero como le place más a la cosmovisión burguesa, pues p’alante.
Cuando no se tira temporadas enteras peleado con Carmy, se las pasa cabreado porque su ex se va a casar de nuevo. Pero no con un capullo, no, sino con un tio SUPERMAJO. Supongo que incluso en el sector financiero debe haber gente maja, ¿por qué no? Y además todo el mundo está de acuerdo en lo SUPERMAJO que es, que solo les falta decir que sí, que tu ex hizo bien en dejarte por este, vamos, es tan SUPERMAJO que invita a todo el reparto, Jerimovich incluido, a la boda. Pero como Jerimovich ha CRECIDO, no le importa y finalmente se reconcilia con el tío SUPERMAJO.
**Marcus Brooks** : el que se encarga de los dulces. Un caballero de dos metros (de hombro a hombro) que sin embargo se apasiona contando las bolitas de jengibre que pone sobre un flan del tamaño de un dedal. Le dan su propio episodio, un cursito sobre pastelería en Copenhague, Dinamarca. Donde yo me tomé el mejor salmón a la mantequilla de mi vida, por cierto, vayan a Nyhaven y pídanlo, creo que el sitio era un edificio así como naranja, pero los dulces no los recuerdo tan favorablemente porque el único _canel roll_ que me compré me lo vendió a las 6AM un panadero con más mala leche que Abascal desayunando amnistía deconstruida. Bien por el señor Brooks que ha tenido más suerte que yo con la repostería copenhaguesa.
**Tina Marrero** : cocinera en las cocinas de The Beef y luego en The Bear. Proletaria de los fogones… pero ojo, no está fondona (le cascan a un marido -otro cameo, a la sazón es el marido de la actriz en la vida real- que sí lo está, para que no tengamos dudas de que ella es _working class_ , por si no bastaba con el hecho de que tiene que usar el transporte público), lo cual nos indica que estamos ante alguien cuya autodisciplina y fortaleza anímica la hacen aspirante a ser _middle class_ , a tener una vida con sentido y aspiraciones más allá de la gratificación material e inmediata que caracteriza al resto del proletariado en las producciones culturales yankees.
America the Beautifull, beatífica salvadora de almas.
En su propio episodio completito para ella sola, te cuentan que cinco años antes Tina era contable en una gran empresa, la despidieron, estuvo pateándose departamentos de RRHH entregando currículums a sus 46 tacos, y acabó de rebote trabajando en el restaurante donde entró a tomarse un café. Y ese restaurante no era otro que The Beef. Que sí, que el curro es una mierda, la paga aún peor, y todos están pirados, pero al menos no es una vida de plástico como en los rascacielos del _Downtown_.
**“Ebra”** : Ebrahim, un inmigrante/refugiado somalí, al que le encargan la ingrata tarea de vender submarinos al público que no va a The Bear por el Instagram sino por el Hambregram. Como la burguesía bohemia es como es, ni a Ebra ni a sus clientes los quieren apareciendo al fondo de tus _reel stories_ (o como se llame eso, ¡soy viejo, no me pidan precisión!), así que los tienen en una esquinita del restaurante, comprando en/vendiendo desde una ventanilla.
**Natalie Berzatto** : la hermana de Carmy, que aporta tres cosas: conocimientos básicos de gestión empresarial (“dejad de contratar gente a lo loco”), un marido del que se ríen todos, y un embarazo para perpetuar la saga familiar. El embarazo le dura como tres años, y lo resuelven con el obligado capítulo-para-lucimiento-de-los-actores, con Jaime Lee Curtis haciendo de madre bipolar asistiendo en el parto, y que se hace casi igual de largo que un idem. Encima la chica va y dice que tiene miedo a que su marido la deje. Su marido, que es el mayor payaso de la serie. Todo por generar drama innecesario y escenas sobreactuadas que merezcan algún premio televisivo.
Natalie, guapa, en serio, tu puedes aspirar a más.
**Neil Fak** : un manitas que pulula por el restaurante, amigo de la familia de toda la vida, arreglando cañerías, enchufes, desconchados, bisagras y en general todas las chapucillas que surgen, pero totalmente inútil incluso para llevar un plato a la mesa. La coña oculta es que el actor, Matty Matheson, es un chef profesional, pero es el único que nunca se dedica a cocinar en la serie.
**Jimmy “Cicero” Kalinowski** : otro amigo de la familia Berzatto. En este caso, el inversor que les mantiene a flote el restaurante. Parece simplemente un mafioso demasiado pobre para dedicarse en grande a LO INMO. En la última temporada, les casca un enorme reloj en la cocina que hace una cuenta atrás de 2000 horas, “es lo que os queda hasta que se acabe la pasta”.
**Claire** : una amiga de la infancia de los Berzatto, de la que Carmy estaba enamorado de adolescente y con la que se encuentra en la segunda temporada. Se lían pero no pero sí y no sé lo que quiero, y en un _season finale_ él lo revienta todo por culpa de su pasión/obsesión con el restaurante.
La cosa es que Claire es el único personaje no-cocinero del que sabemos el curro: es médico. O, en otras palabras: es alguien con un trabajo de verdad, importante, donde cada día se lucha contra la muerte y se salvan vidas, pero donde a veces pierdes un paciente o tienes que ver como agonizan niños pequeños en el ala de oncología. Es decir, alguien que sí tiene todo el derecho del mundo a decir “ _el trabajo me está matando, perdona si no soy persona humana durante unos días pero lo necesito para compensar, y no, el punto óptimo de temperatura para la presentación del malgogi-yukhoe me la suda, a mi y a cualquier persona normal, puto friki_ ”, y consecuentemente fuera de lugar entre cocineros y pinches que se llaman mutuamente “chef” y actúan como si la pularda _a les fines herbes_ fuese más importante que llegar a tiempo al quirófano.
“¡Has matado las croquetas!” “¡Será que ALGUIEN no llegó a tiempo con el AOVE!” “Porque OTRO ALGUIEN no lo compró de Córdoba, sino de Sevilla.” “Ya saliste con el nacionalismo excluyente, mi harma.”
**Valoración**
Lo dicho: espectáculo para los ojos que no sacia el hambre. La gastronomía, al convertirse en un arte, ha considerado que lo de saciar el hambre es de pobres y para pobres, que aquí lo importante es el espectáculo, lo visual. Con amplio éxito de crítica y público, si las audiencias de MasterChef España son una referencia. MasterChef, un programa que se vende como concurso de cocina pero que es el _reality_ más puro que existe: la cocina es lo de menos (si fuese importante, harían las catas a ciegas, sin saber quién las hizo), lo importante es que en cada capítulo alguien llore. Eso es “real”. Y para conseguirlo aprietan a los concursantes hasta que alguno se rompa y fluyan las lágrimas. O al menos en el MasterChef Plebe; en el MasterChef Celebrity en cambio los concursantes ya tienen callo de salir en medios y se la suda, allí nunca llora nadie. Hay más hijoputismo en MasterChef que en Forjado a Fuego, donde rudos ONVRES DE VERDÁ, de pelo en pecho y vieja escuela, manejan hierro y fuego y tendrían un cierto derecho a enfadarse con los que la cagan porque ahí un error pone en peligro la integridad física de todos, y sin embargo todo son alabanzas y un lenguaje tan respetuoso que te esperas que todo el mundo se lleve su trofeo con su lacito rosa. Forjado a Fuego te da ganas de montarte tu propia fragua en el garaje (me salva que no tengo garaje), MasterChef en cambio nunca me ha dado ganas de cocinar.
Ni de cocinar, ni de comer. De descomer, más bien.
The Bear, pues ha optado por la vía MasterChef, es decir, en cada capítulo alguien llora, o grita, o pierde el control de alguna forma. En el trabajo de usted, y en el mío también, eso sería calificado inmediata y correctamente como “ambiente tóxico”, pero como son artistas, pues toma, 13 nominaciones a los Emmy.
**Fuera de Carta**
Hollywood me la ha jugado otra vez: con todo este post casi terminado, salen los tíos y anuncian una quinta temporada. Cachondos. Sí, vale, quedan cosas sin cerrar, pero joder, no puedes hacer dos temporadas (de cuatro) con un inconfundible aroma de “venga, esto ya se acaba” y luego seguir. Es como los Rolling Stones, que llevan anunciando su última gira desde 1997 por lo menos, compra tu entrada a 400 lereles porque esta vez sí que es la última y definitiva. The Bear ya da la misma sensación, con el añadido que sus actores ya han dado el salto a la fama (biopic de Bruce Springsteen que ya suena para Oscar, pinitos en el Universo Marvel, tomar la alternativa a Julia Roberts en la Monumental de Las Ventas…) y seguramente consideren lo de “hacer tele” como por debajo de su nuevo estatus, así que no irán a trabajar sino a lucirse. Y además nos olemos ya como va a terminar: Syd conseguirá “la estrella”, Carmy se encontrará a si mismo y se casará con la chica y volverá al restaurante para experimentar culinariamente, y todos los problemas de pasta se acabarán porque Ebra montará una cadena de bocadillos que lo petará más que Subways (poca broma: parecen los más aburridos pero están ahí a tiro de piedra de McDonald’s). El Hambre de la clase obrera financiará el Instagram de la clase pijo-progre, y todos lo celebrarán. Que aproveche.
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