Asintió lentamente como si no fuera evidente que era /él/ y ya estaba sonriendo levemente. Aguantando la risa, incluso, ante la expresión ajena. —Dorian, sí. Aunque parece que has visto una aparición.

—Oye, @oursanctaterra.bsky.social, ¿tienes unos minutos? Se acercó tras la espalda de la mujer tras haberse colado entre bambalinas; su voz no era como que pasara desapercibida y había deleitado al personal esa noche, a Dorian incluido. Sin embargo, él seguía con unos pensamientos bien arraigados.

Huele a comida. Y no a la comida que le gustaría. Arrugó la nariz mirando de reojo a la mujer, extrañado; aún la recuerda bien. —¿Qué hace por aquí tan tarde, señorita?

—Tienes cara de muerto, Cavendish... ¿Va todo bien?

Miró rápidamente por la venta, en pos de intentar seguir con su vista la estela de animales que huían del auditorio. De nuevo, se vió obligado a aferrarse a la barandilla de la planta superior. Desde arriba, observando todo sin abarcarlo, más lejos, alejado, de lo que le gustaría y totalmente fuera

Se había quedado petrificado al ver la escena, los gritos le abrumaban y aún más la propia situación... Cuando iba a encaminarse a intentar gestionar y controlar el ambiente, sólo le salió ceder ante sus instintos: indicar con sus poderes que sus auxiliares despejarán aquello antes de correr por el

—Cien de los grandes. Parecía entero, pero sólo los que verdaderamente lo conocían sabían que estaba ahogándose por dentro.

Debería estar encantado, viendo cómo se hincha la recaudación, pero entre ceja y ceja sigue aflorada una pequeña arruga, mientras observa a la dama del vestido lila. La invitada de honor -Helena-, por su parte, aún no ha regresado del tocador. Ni de donde quiera que se encuentre.

—Cincuenta mil dólares. No pierde la vista de la ahora solitaria mujer. Él no puede ir en busca de su acompañante, y está tragando saliva al estar entre la espada y la pared porque está fuera de su control.

Ha fingido pasearse para observar la pintura de cerca (como si no la conociera de antes), sólo en busca de escuchar las voces ajenas. Algo en él, ¿intuición, quizás?, lo hizo estar tenso.

Se alza la paleta de una vampiresa que no ha pujado hasta ahora. La señorita va elegantemente ataviada, aunque su vestido lila le queda quizás ligeramente ancho, como si fuera prestado (¡estas cosas se notan, cuando casi todos los invitados no visten más que ropa a medida!). No la reconocéis.

—Es el 7, número divino... La joya de la corona.

—¡Veinte mil!

—/Debería/. Puntualizó imitando su dialecto como buenamente sabía. —Igual que tú deberías darte cuenta que así es como se disfruta de este ambiente. De nuevo a su francés, en un hilo de voz, confidente hacia Miezi.

Pausó su temple al entrelazar sus dedos en su regazo, piernas cruzadas tras su puja. Estaba expectante.

—Doce mil dólares.

—Si quieren preguntar al señor Ashburne por su autenticidad, lo pueden hacer durante un viaje en taxi. Anunció a la multitud, volviendo a su asiento.

Va a ir a por otra copa, aprovechando entre puja y puja -a expensas de otra que llamará su atención- y como excusa para no presenciar la escenita.

¿Otro reloj? Bah.. Además, -y le tocó la poca vena sensible que tenía al recordar de quién era regalo- tiene su reloj de bolsillo. Con eso le basta.

—En efecto, lo es. #nv

—Qué condescendiente por tu parte, Judas. Volvió a un tono meramente burlón, acomodándose en su asiento como el dueño del patio. Si iba buscando alternativas, Dorian no está para ser su segundo plato. Menos, esta noche.

Tras una curiosa puja, que ni él mismo esperaba, ha vuelto su vista a sus acompañantes anotando mentalmente los acercamientos entre las damas.

—Once.

—Al final va a ser que sí te has quedado sin blanca, Judas... Él por su parte lleva un rato buscándolo con la mirada ante la ausencia de /su/ (autoproclamado) humano.

—Déjele algo a la señorita, señora directora...

No va a pujar en esta, no lo ve necesario. Al contrario que con Lenore, ve más viable hacerse hasta con un cuadro de la cantante.

—Al cuello, ¿le parece bien? Lo usaré como abalorio para mi cadena de oro. Habló en un tono que ya no sé percibía si era serio o pura broma, porque le hacía gracia ver a aquella mujer perder los nervios poco a poco. Estaría dispuesto a cedérselo, pero aún no iba a proponérselo.

—¿Cómo me van a echar de mi propia fiesta, Lenore?

—Hablaremos al final de la velada, señorita. Sólo necesitaba esa afirmación para acabar satisfecho al soltar el dinero. No era tanto, en realidad.

—¡Mil cien!

—¿De verdad tanto la quieres, Angelique? Ha terminado su copa, apretando sus labios tras el último sorbo antes de alzar la mano de nuevo.

—Novecientos cincuenta, caballero.

Le echa una mirada a Leyre, ajeno ahora a la humana, retándola con la misma.

—Angelique, ¿le tiene especial aprecio a esa joya? Hacer sufrir un poquito a una humana, y más aún a una cristiana, no era lo esperado para él esa noche; pero, lo estaba disfrutando.

—Ochocientos dólares.

—Setecientos.

Está replanteándose en sí subir o no la puja. ¿600 por un anillo posiblemente cristiano?

—Sólo le falta el collar para ser el perrito que mueve la cola por su /chuche/ #nv

—Je pense qu'il y a ceux qui essaient d'acheter de l'affection avec ça. Habló en un hilo de voz hacia Miezi. —Todo tuyo, 𝐜𝐡𝐞𝐫𝐢𝐞. Ya no ha escondido el tono burlón al hablar en voz alta, claramente dirigido al mejor postor.

Se ha vuelto a poner el sombrero sonriente, él sólo quiere ver las tres cifras.

—Novecientos cincuenta.

Se está conteniendo la risa bastante bien, apretando los labios.

—Cuatro cincuenta. Alza la mano sutilmente.

No le va a importar mucho gastarse más o menos esa noche, porque al final le tocará hacer igualmente un donativo para la obra de los subterráneos. Se tira un poco de la corbata sin perder la vista de los presentes.

—Cincuenta dólares.

—Lenore, ¿me contarás algún secreto sobre los aromas?

—Sesenta y cinco por mi parte.

|| Había pensado en /citar/ como tal, pero puede ser una locura. Quizás es mejor en TL y así se ve el orden cronológico como tal.

—Comenzamos por el lote número 1, consistente en un juego de cinco perfumes artesanales producidos expresamente por la señora Lenore Schweitzer. Partimos con un precio inicial de 35 dólares.

𝙎𝙐𝘽𝘼𝙎𝙏𝘼(S)